Una historia de la actividad societaria en Antioquia

Enero 26, 2025

Nuevos elementos para entender las razones que permitieron que esta región alcanzara un importante desarrollo empresarial fueron hallados en una investigación de la Escuela de Derecho. El proyecto ha estudiado, hasta ahora, 3276 sociedades mercantiles constituidas en esta región entre los años 1887 y 1945.

Laura López Alzate, Colaboradora Revista Universidad EAFIT.

Gracias a la alianza entre la Cámara de Comercio de Medellín para Antioquia y la Universidad EAFIT fue posible reconstruir, a partir de documentos antiguos, la historia de la actividad societaria en la región.

El estudio demuestra los cimientos del desarrollo empresarial en Antioquia, pero también encuentra que el contrato de sociedad fue utilizado para llevar a cabo otras actividades económicas, sociales y culturales como farmacias, boticas y droguerías, clubes sociales, teatros, cines, editoriales y periódicos, entre otros.

Esto se evidencia al recorrer las páginas del libro Las sociedades civiles, comerciales y de minas inscritas en los juzgados de Antioquia entre 1887 y 1934: una historia de la actividad societaria de la región, que recoge las conclusiones de la primera fase de esta investigación realizada por los docentes de la Escuela de Derecho María Virginia Gaviria Gil y Juan Esteban Vélez Villegas, junto a Diana Paola Gil Guzmán, abogada e investigadora asociada al proyecto.

Ya está en proceso de edición un segundo tomo que amplía el análisis hasta el año 1945. Según la profesora María Virginia Gaviria, magíster en Historia e investigadora principal, en las dos primeras fases del proyecto se pudieron identificar 3276 sociedades.

Para ella, ambos libros no solo contienen todo el análisis de lo que traían los códigos y las principales normatividades de la época, sino que “van más allá para mirar cómo se usaban en la vida práctica, cómo los empresarios utilizaban esas normas, cómo se apropiaban de las mismas y, adicionalmente, los comentarios que la doctrina jurídica realizaba sobre ellas”.

La investigación fue realizada a partir de fuentes jurídicas como los extractos notariales de constitución de sociedades ubicados en el archivo histórico de la Cámara de Comercio de Medellín para Antioquia, con los que elaboraron un trabajo minucioso de investigación histórica, jurídica y socioeconómica. Con eso lograron identificar en qué regiones de Antioquia se constituyeron más sociedades y quiénes hacían parte de ellas.

Según explica María Virginia Gaviria, “muchos antioqueños tenían sus sociedades familiares o personales, pero a partir de ellas constituían otras sociedades. Existieron unos grupos societarios a principios del siglo XX, un fenómeno que pensábamos que era solo característico de la segunda parte de ese siglo”.

En la investigación también lograron definir qué tipos de sociedades se constituían en la época, siendo las sociedades anónimas menos comunes que las colectivas. Estas últimas eran las preferidas, entre otros motivos, porque generaban más confianza entre el público.

“Logramos encontrar el uso que se le daba a esa figura societaria, a ese contrato de sociedad para múltiples finalidades, que no eran solamente el contrato de sociedad para desarrollar actividades comerciales o para esas nacientes industrias. A principios del siglo XX se utilizaba la sociedad para desarrollar actividades profesionales, servicios de abogados, odontológicos, tareas de prensa, actividades recreativas, cine, teatro, editoriales y muchas otras labores que recurrían a esta herramienta”, comenta la profesora Gaviria.

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Grupo del proyecto de investigación. Foto: Róbinson Henao.

 

Ejemplo de prosperidad en una crisis

Juan Esteban Vélez Villegas, también docente e investigador de la Escuela de Derecho y coautor del libro, explica que Antioquia era un territorio periférico durante el período colonial que se destacaba por ser una región minera, pero donde a finales del siglo XIX y principios del siglo XX se constituyeron una gran cantidad de sociedades mercantiles y se desarrolló una actividad comercial significativa.

“La Medellín de la primera década del siglo XX era una ciudad que no tenía más de 70.000 habitantes y, sin embargo, fue un sitio en el que logró desarrollarse una industria manufacturera muy importante, en donde comenzaron a surgir industrias dedicadas a muchos tipos de actividades. Las textilerías fueron quizás las más notables durante un tiempo, entre las que sobresalieron Coltejer y Fabricato, además de otras industrias de bebidas, zapatos y hasta fósforos, algunas que aún hoy son grandes empresas”, manifiesta Vélez.

También comenzaron las grandes siembras de café, se crearon bancos, en tanto que hubo abundancia de dinero proveniente de la minería. “Para hablar de la historia de Antioquia hay que hacer referencia a la minería”, recuerda el abogado e historiador Rodrigo Puyo Vasco, editor general del libro. Pero no todo fue color de rosa, también ocurrió lo contrario: se presentaron algunas quiebras famosas.

Todo esto representó una riqueza enorme en este período y una gran influyencia política en la vida de la Nación, tanto así que hubo tres presidentes de la República antioqueños en este período: Pedro Nel Ospina, Carlos E. Restrepo y Marco Fidel Suárez.

El denominado Caso Antioqueño, que para muchos investigadores sorprende porque surgió en una región relativamente periférica y aislada para entonces, generó ese dinamismo industrial que igualmente queda en evidencia en esta investigación.

“Esas pequeñas sociedades colectivas antioqueñas manejaban capitales muy limitados y aún así tenían un ecosistema enormemente rico en donde había sociedades de todos los tamaños dedicadas a una gran cantidad de actividades. De esta forma, vemos que el surgimiento posterior de las grandes industrias no fue fruto del azar, sino el resultado de un movimiento mucho más general que se estaba dando en la región”, comenta el profesor Vélez.

Por esta razón, Antioquia fue un ejemplo de cómo prosperar en épocas de crisis: “La región estaba reventada con la Guerra de los Mil Días [ocurrida entre 1899 y 1902], la inflación estaba desbocada, la moneda había colapsado por los abusos del banco y tardó mucho tiempo en volver a ajustarse”.

Pero, a pesar de esa crisis tan enorme, los empresarios antioqueños de ese momento mantuvieron su asociatividad y en medio de esa situación tan difícil lograron sobreponerse y, por eso, en las primeras décadas del siglo XX se pudo dar el florecimiento de la actividad empresarial en la región.

La participación de la mujer como socia o accionista de sociedades era extraña hace un siglo. Sin embargo, se encontraron unas pocas sociedades que eran solo de mujeres. La participación femenina se consolida en la segunda mitad del siglo XX, después de que la Ley 28 de 1932 les dio la capacidad civil para hacerlo.

Un tesoro histórico recuperado

Para Lina Vélez de Nicholls, presidenta ejecutiva de la Cámara de Comercio de Medellín para Antioquia, "no podía ser que la historia de las sociedades mercantiles que se había entregado a la Cámara de Comercio estuviera guardada en un sótano húmedo. Empezamos entonces a recuperar todos sus folios y a buscar tecnologías para su recuperación. Nosotros queríamos que ese esfuerzo de preservación y análisis se materializara y eso es esta investigación".

El exrector de EAFIT Juan Luis Mejía Arango fue una de las personas que más impulsó la investigación. Para él, este libro “es el fruto de un proceso que se inició hace tres años. En la Cámara de Comercio había un tesoro, pero ese tesoro estaba inédito y había que investigarlo”.

Y es que, según el exrector, el archivo de esa entidad es una fuente de investigación jurídica, económica y social que está compuesta por los registros de las sociedades comerciales de Antioquia que por años se depositaron, primero, en un juzgado y luego llegaron a la Cámara de Comercio, entidad que hizo un esfuerzo importante por recuperar, conservar y digitalizar ese archivo.

“Me parece que aquí hay unos hallazgos importantes para los economistas y los historiadores, hoy tenemos un libro que llega a enriquecer el acervo y a permitirnos entender esto que se ha llamado el Caso Antioqueño”, asegura Mejía Arango.

 

Las Tillandsias recurvata son plantas muy comunes en nuestro medio. Crecen incluso en techos y en cables de luz.

 

La investigación, como armar un rompecabezas

El desafío inicial de los investigadores fue escudriñar y buscar pistas de la historia de la actividad societaria en el archivo de la Cámara de Comercio de Medellín para Antioquia, según recuerda Diana Paola Gil Guzmán, abogada de EAFIT y también coautora del libro.

“En su primera fase, el proyecto implicó la revisión de muchísimos extractos: revisamos más de 3000 para llegar a identificar en total 1837 extractos de constitución de sociedades”, afirma. Luego, la complejidad estuvo en catalogar, sistematizar y clasificar todos esos documentos en una base de datos.

Ordenar toda esta información no fue tarea sencilla: “Encontramos 8085 socios. Son muchos nombres, fue todo un reto ver cómo poníamos esos nombres en relación y cómo se los presentábamos al lector”, asegura la investigadora.

El Archivo Histórico de Antioquia y la Sala de Patrimonio Documental de EAFIT también fueron fundamentales para hallar otra información que hacía falta.

“Por fortuna, en el departamento se han realizado una buena cantidad de trabajos sobre la historia empresarial de la región. Ese gran interés nos permitió efectuar muchos cruces y relacionar las sociedades”, puntualiza Diana Gil.

El proyecto continúa y en su tercera fase ampliará el análisis hasta el año 1960.

Valor histórico de los documentos de comercio

El abogado e historiador Rodrigo Puyo Vasco –editor general del libro– afirma que la historia de la legislación comercial en nuestro país se inicia con la herencia española de las Ordenanzas de Bilbao y la aprobación del Código de Comercio de 1853.

Durante el régimen federalista, vigente hasta 1885, cada Estado soberano reguló los temas comerciales.

Luego hubo cambios legislativos como consecuencia de la entrada en vigencia de la nueva Constitución de 1886 y en 1887 entró en vigencia el Código de Comercio Terrestre que regulaba, entre otros temas, las sociedades.

Según Puyo Vasco, para 1887 ya existían tres tipos: la sociedad colectiva, la sociedad comandita y la sociedad anónima.

Para ese entonces, los juzgados de comercio no existían y las sociedades se registraban en los juzgados de circuito.

Fue solo hasta 1931 que se entregó el registro mercantil como una función delegada pública a entidades privadas como son las cámaras de comercio.

En esta fecha se ordenó que todos los libros que estaban en los antiguos juzgados de Circuito fueran trasladados a las cámaras de comercio.

Para el historiador, estos documentos “más allá de ser unos papeles, son el recorrido histórico y la vida social, jurídica y económica de nuestra sociedad”.

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Laura López Alzate
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¿Emisiones a la atmósfera?, ¿por qué no mejor de bonos verdes?

Enero 22, 2025

Al igual que en el fútbol, el tiempo juega contra quien necesita resultados. Hoy, aparte de tiempo, el medio ambiente requiere de acciones que financien iniciativas que mermen las emisiones de efecto invernadero. Los bonos verdes son una opción que crece y se consolida en el mercado de deuda.

Juan Carlos Luján, Colaborador Revista Universidad EAFIT.

Habría que vivir en Marte para no percibirlo. Fuertes aguaceros que generan enormes inundaciones, tifones y huracanes que se forman con mucha más intensidad, olas de calor o frío que golpean amplios sectores del mundo, fenómenos atmosféricos que desconciertan a la ciencia.

Quienes habitamos la Tierra, como en un partido de fútbol definitivo, jugamos en contra del tiempo por cuenta del cambio climático y desde diferentes ámbitos, incluidas las finanzas, y por tanto, es un imperativo buscar soluciones que permitan revertir una situación tan determinante para el futuro de la humanidad y de las diferentes especies que conforman el planeta.

Sí, hay que movilizar recursos para generar efectos resilientes alrededor del medio ambiente, pues como lo menciona Juan Felipe Franco, director general de Hill Consulting –firma colombiana que se encarga de trabajar por territorios amables y saludables–, la gestión para hacerle frente al cambio climático no puede
ser exclusivamente financiada a través de recursos de donación o de cooperación internacional.

“Definitivamente se necesita de la inyección de capital importante para lograr acciones transformadoras”, menciona el consultor, quien agrega que una alternativa para hacerle frente al asunto son los bonos verdes, financiación que se requiere con prioridad teniendo en cuenta las ambiciosas metas internacionales de Colombia frente al cambio climático y la consiguiente movilización de recursos para su cumplimiento.

Además, no se trata de un asunto filantrópico, sino de gestión de un riesgo, como lo son las acciones en beneficio del medio ambiente. Famosos desde 2007, cuando un grupo de inversionistas nórdicos se acercó al Banco Mundial con el fin de gestionar herramientas que les permitieran invertir en los mercados financieros, pero a la vez tener unos impactos positivos en el medio ambiente, se trata de instrumentos de deuda cuyos recursos solo deben utilizarse en proyectos con efectos ambientales positivos.

La definición de lo que son está en el estudio internacional El potencial de los mercados de bonos verdes en América Latina y el Caribe, financiada por la Fundación EU-LAC y en la que participaron académicos de EAFIT, la firma Hill y Get2C.

En palabras de Diana Constanza Restrepo Ochoa, docente del Departamento de Finanzas de EAFIT y una de las autoras del estudio, los bonos verdes permiten visibilizar los recursos dirigidos a la financiación de iniciativas relacionadas, por ejemplo, con eficiencia energética, energías renovables limpias o infraestructura sostenible, entre otras.

La profesora explica que “esto nos ayuda a entender mejor cómo se mueven los recursos hacia estas áreas, acordes con el cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) y también con el Acuerdo de París, que busca un compromiso global por limitar el aumento de la temperatura en el planeta a menos de dos grados centígrados de aquí a 2030. Idealmente a no más de 1.5 grados centígrados”.

Un mercado de crecimiento

Utilizados por instituciones públicas y privadas, los bonos hacen parte de un mercado de valores de deuda, es decir, en el que se presenta un  financiamiento por medio de la emisión de dichos bonos. Son también conocidos como valores de renta fija, pues entre emisores y compradores se sabe con exactitud la cantidad de dinero que se obtendrá y el interés fijado.

Los bonos verdes integran dicho mercado y, a 2019, se habían tranzado 1397 billones de dólares en el mundo, según el registro que desde 2014 hace The
Climate Bonds Initiative (CBI). A su vez, durante 2021 se han movido 298.4 billones de dólares en todo el planeta en bonos verdes.

La profesora Diana Restrepo especifica que son los actores privados quienes más han intervenido en este mercado con la emisión de más del 50% de los instrumentos. El sector público como tal tiene una participación cercana al 30% y la banca de desarrollo un 16 o 17%.

El estudio subraya que, según datos de 2019, Europa se erigía como el principal emisor con un 40% de bonos, mientras que América Latina aportaba
solo un 2%.

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Los bonos verdes son más que un asunto de financiación o de corte filantrópico. Son también una forma de gestión de un riesgo, como todas las acciones en beneficio del cuidado del medio ambiente. Foto: Róbinson Henao.

 

Y aunque es un mercado en crecimiento, corresponde al 1 % del mercado general de bonos, como lo indicó el Banco Interamericano de Desarrollo en 2019 y que se reseña en la publicación. “Llegar a ese tamaño del mercado global de deuda no es algo desdeñable porque este es un mercado bastante grande”, dice la académica, y más aún cuando su auge comenzó en 2014, siete años después de la emisión del primer bono. En lo concerniente a Latinoamérica, Diana Constanza Restrepo comenta que una de las razones para que falte más consolidación es que se trata de un sector con mercados de deuda aún muy pequeños.

“La mayoría de nuestro tejido empresarial está conformado por empresas pequeñas y medianas, y se necesita salir con una cantidad relativamente grande de deuda (una emisión competitiva de deuda en el mercado colombiano es de más de 200 mil millones de pesos)”.

A 2019, Europa se erigía como el principal emisor con un 40% de bonos, mientras América Latina aportaba un 2%. El mercado mundial de bonos verdes corresponde al 1% del mercado general de bonos.

Su uso en el país

En Colombia, para mostrar ejemplos de emisión de bonos verdes, se destacan las hechas por Bancóldex,
organización que en 2017 emitió un bono verde de 200 mil millones de pesos que le permitió conceder
créditos verdes por cerca de 330 mil millones de pesos.

ISA, en 2020, hizo una emisión de 300 mil millones de pesos para el financiamiento de dos proyectos en la región Caribe y así permitir la conexión de energías renovables no convencionales (eólica y solar) al Sistema Interconectado Nacional. Además, hubo unas colocaciones privadas de Bancolombia (350 mil millones de pesos) y Davivienda (433 mil millones de pesos), ambas en 2017, lo que las convirtió en las primeras en abrir este tipo de bonos en el país.

Ambas emisiones fueron adquiridas por la Corporación Financiera Internacional (IFC) para darle prioridad a proyectos que combatan el cambio climático. Por lo anterior, para la docente, uno de los aspectos
positivos en Colombia es que los bancos han entrado mucho a dicho mercado y esto es un caso especial dentro de Latinoamérica.

A su vez, Colombia emitirá bonos soberanos verdes este 2021, ofrecidos por gobiernos nacionales. “Ellos han tenido acompañamiento del Banco Interamericano de Desarrollo y el Banco Mundial en la estructuración de esta emisión. Esperaríamos, eso sí, que la colocación resulte exitosa”, expone la profesora Diana Constanza Restrepo, quien considera que aspectos como la no firma del Acuerdo de Escazú, muy relevante para la protección del medio ambiente en el país, seguramente no afectará la intención de los inversionistas, teniendo en cuenta la especificidad de los bonos y su destinación, y el respaldo que ha tenido el Gobierno durante el proceso de estructuración.

¿Qué son los bonos verdes?

Instrumentos de deuda cuyos recursos solo deben utilizarse en proyectos con efectos ambientales.
Los pueden emitir empresas, gobiernos, municipios o entidades supranacionales.

¿Bonos verdes soberanos?

Son aquellos emitidos por gobiernos nacionales. Su emisión permite a un gobierno atraer directamente a los mercados de capital para financiar los compromisos.

Dificultades y marcos normativos

En el estudio es clara la explicación que se hace sobre la regulación de los bonos verdes, aunque como dice la misma publicación, detallar lo que es “verde” no es tan sencillo. Fue la International Capital Markets Association (ICMA) la que definió los Principios de los Bonos Verdes (GBP, por sus siglas en inglés), los que, de acuerdo con la investigación, son “directrices de proceso voluntario que recomiendan la transparencia y la divulgación y promueven la integridad en el desarrollo del mercado de bonos verdes al aclarar el enfoque para la emisión”.

La académica anota: “Los GBP dan unos lineamientos sobre cómo se debe estructurar el bono, cómo se deben informar los proyectos en que se va a invertir y cómo se debe reportar. Ese es uno de los problemas que tiene el mercado, y es que los emisores pueden o no acogerse a los principios de los bonos y aun así etiquetar como verde”.

Volviendo sobre lo que es “verde”, una de las dificultades del mercado está relacionada con el greenwashing que es, por ejemplo, cuando una petrolera o una mina de carbón emite un bono verde para eficiencia energética, y aunque ahorren energía, su foco de actividad económica continuará siendo muy contaminante.

Aspectos como el desconocimiento del funcionamiento y las ventajas de estos instrumentos, la actualización aún más de su regulación y la socialización de su operación también se hacen necesarias para fortalecer el aumento del mercado. En la actualidad, los bonos verdes se utilizan para iniciativas en energía renovable, infraestructura verde.

El escenario pospandemia

La contingencia del COVID-19 priorizó otras necesidades para el mundo. Tanto en América como en Europa, las zonas en que se centró la investigación –y por sus diferencias sociales y económicas–, se viven escenarios en los que se hace necesario revisar el futuro de este mercado, aunque las previsiones son positivas.

Según la investigación, en el caso de Latinoamérica y el Caribe, “a pesar de la incertidumbre pandémica, todavía existe la oportunidad de apelar al mercado de deuda para financiar la recuperación y los bonos verdes podrían ser un instrumento importante con el fin de movilizar recursos financieros de apoyo a una recuperación económica alineada con la construcción de emisiones cero”.

Los europeos, por su parte, acordaron el próximo presupuesto a largo plazo (1824,3 mil millones de euros). Allí incluyeron medidas de recuperación del COVID-19 pensando también en un futuro más sostenible que apoye la inversión en las transiciones verde y digital.

 

El transporte limpio es uno de los campos que se puede financiar con este tipo de bonos. Foto: Róbinson Henao.

"Ante este panorama, Juan Felipe Franco, de Hill Consulting, cree que el mercado no se verá afectado de forma negativa. “Por el contrario, cada vez más los países, los territorios y la empresa privada van a demandar más de este tipo de instrumentos de deuda para sacar adelante la recuperación pospandemia sostenible, y que empiece a tener criterios de desarrollos bajos en carbonos y resiliente al clima”.

Cambio climático, futuro, financiación, proyectos alternativos, verde... Más que palabras claves, la supervivencia de la humanidad en la Tierra, así como de las especies que hoy habitan el planeta, necesita de acciones.

Los bonos verdes, y por ende las finanzas sostenibles, como lo reitera la profesora Diana Constanza Restrepo, permiten anticiparse a esos eventos. “Si entendemos que el ambiente es una fuente de riesgo y no actuamos sobre lo que estamos haciendo para cambiar la trayectoria, seguro vamos a estar peor”.

Ah, y que quede claro, en voz del líder de Hill Consulting, que los bonos no son el único instrumento financiero para este problema. “Requerimos de esfuerzos para que haya una combinación de distintos instrumentos, a través de los que se movilicen recursos para la acción climática en Colombia y en América Latina”.

 

¿Cuál es el negocio de invertir en ellos?

Los bonos verdes son, básicamente, acuerdos en los que un grupo de inversionistas se compromete a comprar la deuda a los emisores de dichos bonos
y los emisores, a cambio, se comprometen a pagar unos intereses mientras el bono se vence.

Para Juan Felipe Franco, de Hill Consulting, los bonos terminan siendo una deuda por la que quien utiliza los recursos debe pagar unos intereses por ese dinero que recibe. Frente al mercado de bonos convencionales, la diferencia con los verdes es que en el caso de los segundos los recursos que se recogen con la emisión
solo se pueden utilizar en proyectos con beneficios ambientales.

Se trata, entonces, de instrumentos de deuda o financieros que son ampliamente usados por los países, por el sector privado y por los gobiernos. Lo interesante, además de la destinación de estos recursos, son los requisitos para acceder a estos, los que en ocasiones son entregados al usuario final bajo unas condiciones: tasas especiales, plazos de deuda quizás más amplios y períodos de condonación.

El aporte de estos instrumentos de financiación pasa por la necesidad de beneficiar acciones que tengan impactos ambientales positivos, en la reducción de emisiones y en la forma como las comunidades cada vez son más resilientes a los impactos del cambio climático.

 

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Juan Carlos Luján
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La aventura de medir la calidad del aire a través de plantas

En muchas ocasiones, la investigación científica está rodeada de episodios fascinantes que nunca aparecen siquiera como anécdotas para hacer menos densa una conferencia y, menos, una publicación académica. Esta crónica testimonial muestra esas peripecias desconocidas detrás de hacer ciencia.

Daniela Mejía, Geóloga de la Universidad EAFIT.

Hace cuatro años ya que participé en unainvestigación sobre la calidad del aire en el Valle de Aburrá que realizamos profesores y estudiantes del grupo de investigación en Paleomagnetismo y Magnetismo Ambiental de EAFIT, dirigida por José Fernando Duque Trujillo, docente del Departamento de Ciencias de la Tierra de EAFIT. Era en esas épocas en las que empezó a sonar mucho la idea de que en Medellín había una mala calidad del aire.

Yo por alguna casualidad había comenzado un proyecto muy bonito que consistía en medir la calidad del aire en diferentes puntos de la ciudad por medio de
plantas. ¡Sí!, especies vegetales a las que se les adhiere material particulado de su entorno y por medio de técnicas de magnetismo ambiental se puede saber el nivel de contaminación donde crecieron estas plantas.

Las Tillandsias recurvata son plantas con una distribución muy amplia en toda América y justo en Colombia se pueden encontrar en cualquier lugar: desde las ramas de los árboles, hasta en los cables de la luz. Nunca había notado su existencia hasta que las comencé a buscar.

Una parte importante de la investigación era encontrar las Tillandsias porque por los protocolos de investigación las plantas tenían que cumplir ciertos requisitos: de aproximadamente cinco centímetros y una altura mayor a 1.5 metros, y las que recolectaba tenían que estar distribuidas de manera uniforme por todo el Valle de Aburrá.

Nunca voy a olvidar el primer día que salí a recoger Tillandsias. Había pasado toda la semana planeando las rutas en las que tenía que optimizar el mayor tiempo posible porque en apenas unas pocas semanas tenía que tener toda el área muestreada. ¿La razón? Si pasaba mucho tiempo entre colectar una muestra y las otras, al final no serían comparables.

De manera que pasé mucho tiempo pensando la forma de tomar la mayor cantidad en el menor tiempo posible. Una de las soluciones fue gastar horas en Google maps revisando en qué calles de la ciudad habían árboles y en cuáles no, todo para evitar perder tiempo en lugares donde no se podían hallar.

El reto de ubicarlas y llevarlas al sur del continente

La noche anterior al primer día de muestreo había llevado todo a mi casa: el GPS, los mapas, la ubicación de las calles seleccionadas, bolsas, guantes...

Nada podía fallar porque era la primera vez que estaba yo sola dirigiendo un muestreo. Llovió toda la noche y yo no dormía pensando en que el agua iba a tumbar todas las planticas. Al final todo salió bien y a medida que pasaban los días fue más fácil encontrarlas.

Conocí toda la zona urbana del área metropolitana, barrios que nunca en la vida había visitado en los que gente curiosa preguntaba qué había de interesante en los árboles y para qué recogía esas plantas. La dinámica de muestreo tenía sus altibajos porque en el Valle de Aburrá pasas de una zona con muchos árboles a barrios con centenares de casitas sin una sola planta. Ese era un problema, lugares donde iba y no podía encontrar nada.

Las plantas las empacaba y las llevaba al laboratorio, ese mismo día las ponía a secar en un horno a 38 grados para que no se les “borrara la información”. Finalmente, cuando terminé de muestrear, tenía 185 bolsitas de planticas trituradas, listas para analizar.

Colombia terminó el año 2020 con un total de 51.454 hectáreas sembradas de banano. El 69% de las exportaciones de la fruta son a países de la Unión Europea, 16% a Estados Unidos y 15% al Reino Unido. Foto: Daniela Mejía.

 

Para mi fortuna, los análisis magnéticos de las muestras no se podían hacer en Colombia porque ningún laboratorio tiene magnetizadores de remanencia y otros equipos utilizados en magnetismo ambiental, así que después de tener las muestras listas comencé un largo viaje a la ciudad argentina de Tandil –ubicada en la Provincia de Buenos Aires, a unos 420 kilómetros de la capital del país–, para conocer un poco más sobre los minerales magnéticos pegados en las Tillandsias, y con varios análisis más determinar un índice de contaminación en cada sitio muestreado.

Viajar con las muestras fue toda una aventura, básicamente porque es materia vegetal que está pasando de una región a otra y ese tipo de cosas hay que declararlas en aduanas con el riesgo de que no las dejen pasar. Así que con mucha cautela empaqué mis bolsitas entre la ropa de la maleta de bodega y, como dicen por ahí, les eché la bendición.

Al llegar a Buenos Aires me apresuré a recibir la maleta en la banda con la sorpresa de que nunca apareció: Aerolí- neas Argentinas había dejado mi equipaje en Lima y prometió que lo enviaría lo más pronto posible a Tandil.

“El trabajo de laboratorio tiene sus cosas. Algunos piensan que es monótono y que no pasa nada, pero justo al intervenir las muestras fue cuando sentí las mejores emociones de la investigación”.

La emoción del laboratorio

Los primeros días en Tandil fueron de mucha ansiedad, primero por pensar que tal vez no llegaría la maleta —o, si llegaba, podía no tener las muestras adentro— y, segundo, porque como en la maleta traía todas mis cosas personales, no tenía nada que ponerme más que la ropa con la que había viajado.

Tardaron ocho días en enviar mi equipaje y, por suerte, las muestras aparecieron en el mismo lugar donde las había escondido, sin señales de haber sido manipuladas ni mezcladas.

Yo ya conocía Tandil, había estado allí dos años atrás cuando realicé las prácticas profesionales de geología. En el laboratorio de magnetismo ambiental del Instituto de Física Arroyo Seco (IFAS) aprendí las primeras ideas de magnetismo ambiental con el que ha sido dos veces mi director, Marcos Chaparro. De modo que yo no iba en ceros, había gente que ya conocía y amigos con los que me volvería a encontrar.

Llegué a vivir en la misma casa de la vez pasada, Chacabuco 15, al frente de un parque bonito. Eva, una señora de ascendencia danesa, me rentaba una parte de su casa parcialmente independiente en la que yo tenía cocina, baño y una litera para dormir. Digo parcial porque compartíamos la entrada y los muros eran tan delgados que podíamos escuchar las cosas que hacíamos sin ningún esfuerzo.

Cuando salía para el laboratorio, Eva hacía como que sacaba la basura, nos encontrábamos en la reja y aprovechábamos para conversar. Detrás de ella siempre estaba Capitán, un perrito que había recogido de la calle. Él se despedía también, aunque más efusivo que Eva.

El trabajo de laboratorio tiene sus cosas. Algunos piensan que es monótono y que no pasa nada, pero justo al intervenir las muestras fue cuando sentí las mejores emociones de la investigación. Todo consistía en pasar las plantas por una serie de instrumentos que las van magnetizando, y luego medir ese estímulo en un magnetómetro de pulso.

Son procedimientos relativamente sencillos que al principio requieren de mucha atención, pero que con el tiempo se vuelven mecánicos. La emoción está en ir adquiriendo datos que le dan a uno idea de lo que pasa en el área de investigación; recordaba cada sitio donde había colectado una muestra y de forma muy espontánea sentía curiosidad sobre lo que iba apareciendo en cada medición.

“No puede ser que en ese lugar dé valores tan altos de susceptibilidad”, pensaba con sorpresa. Así fui avanzando hasta que un día el magnetizador de campos alternos dejó de funcionar, de la nada. Llevaba unas 20 muestras cuando me dijeron que ya no lo podía utilizar.

Al parecer el sistema de ventilación no era eficiente y se sobrecalentó. Tardaron como un mes en repararlo y mi estancia, que iba ser de tres meses, se tuvo que alargar.

El disfrute del paisaje

Los meses de más que tuve que quedarme en Argentina no fueron ninguna mala noticia.

Por el contrario, resultaron muy provechosos para el desarrollo de la investigación.

Con tiempo de sobra pude realizar todos los procedimientos que tenía planeados y de manera extra incluimos un análisis multivariado que se realizó en colaboración con un investigador de Mar del Plata.

Para aprender sobre esta metodología tuve que viajar un par de veces a la Universidad de Mar del Plata, donde me reunía con Mauro (el investigador), para ponerlo en contexto sobre los datos que estábamos trabajando.

Con sinceridad puedo decir que la modelación matemática no se me daba para nada, pero con mucho entusiasmo hacía el viaje a esa hermosa ciudad porteña.

La causa era el trayecto de dos horas en bus de Tandil a Mardel (como dirían allá), en el cual se divisaban hermosos paisajes tallados sobre unas pequeñas colinas, sierras de aproximadamente 2200 millones de años, nada más y nada
menos que las rocas más viejas de Argentina.

Ese camino me gustaba mucho, era un contraste entre lo que veía y mis recuerdos; por un lado —en mi mente—, las verdes montañas de los Andes colombianos, altas y en crecimiento.

Por el otro, las colinas de roca descubierta, aplastadas y disminuidas por el pasar del tiempo... la erosión.

Después de una buena divisada llegaba a la terminal de Mar del Plata, ciudad que también disfrutaba mucho. Justo al frente de la parada había una tienda de empanadas, mis favoritas.

 

Las Tillandsias recurvata son plantas muy comunes en nuestro medio. Crecen incluso en techos y en cables de luz.
Foto Róbinson Henao.

“Fue inesperado encontrar lugares con índices de contaminación muy altos, como fue el caso del barrio El Poblado y algunas zonas industriales de Itagüí y Girardota”.

Hallazgos importantes

La investigación se fue enriqueciendo a medida que pasaba más tiempo en Tandil. Al final conseguimos dinero para el análisis químico de un porcentaje de muestras que enviamos a un laboratorio ubicado en Bahía Blanca, otra ciudad al sur de la provincia de Buenos Aires.

Lo hicimos con la intención de determinar la concentración de elementos que en ciertas cantidades se consideran contaminantes y así correlacionar los parámetros magnéticos con una medida de concentración.

Esta serie de datos daba un panorama muy interesante sobre el material particulado que circula por el Valle de Aburrá, especialmente porque la correlación directa de los datos magnéticos con los químicos era un indicador de que las técnicas de magnetismo —las cuales son mucho más baratas que los análisis químicos— eran apropiadas para monitorear la calidad del aire en zonas donde llueve mucho.

Esto fue un hallazgo muy importante porque el biomonitoreo magnético hasta el momento solo había sido aplicado en regiones más secas y, por lo tanto, no se sabía con certeza si en el Valle de Aburrá iba a funcionar. Con una cantidad satisfactoria de datos y mediciones ya estaba todo listo para dejar el laboratorio en Tandil.

Habían pasado aproximadamente seis meses desde que llegué y de un modo inadvertido la investigación había crecido hasta alcanzar una especie de madurez. No quería dejar Tandil, aunque sabía que el regreso a Medellín era inevitable. Sin embargo, faltaba algo importante para concluir la investigación.

En todo ese tiempo había investigado partículas tan pequeñas que no las podía percibir más que a través de las mediciones magnéticas. No teníamos una referencia visual de lo que tenían las plantas y para llegar a mejores conclusiones era indispensable observar los contaminantes por medio de herramientas
especializadas.

De forma espontánea —como mucha parte de lo que fue la investigación—, decidí con mis tutores que antes de regresar era conveniente pasar algunas muestras por el microscopio electrónico. Esto implicó una parada más antes de regresar a Medellín y prolongó un mes más el tiempo de viaje.

La próxima estación sería el campus de Geociencias de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) en la ciudad de Querétaro.

Un inusual mapa de Medellín

En la Ciudad de México el primer reto fue convencer al personal de migración que no era una delincuente que ingresaba con fachada de investigadora y que las intenciones educativas eran reales.

A pesar del tiempo que estuve esperando que me dejaran entrar y aún con el maltrato característico de los agentes, me sentía muy emocionada de estar allí, pues era la primera vez que visitaba México y tenía muchas expectativas culturales al respecto.

Pasé unas semanas en el CGEO Juriquilla y finalmente completé los análisis de la investigación. Allí me facilitaron el microscopio electrónico con el que capturamos imágenes de las partículas magnéticas que estábamos investigando.

Las fotografías eran muy sorprendentes, pues se veía el material particulado agrupado en ciertos puntos de la planta —cosa que no se alcanza a percibir a simple vista— y con formas muy llamativas.

Este fue el último día de Daniela en Tandil. Una pequeña muestra para el recuerdo. Foto: Daniela Mejía.

 

Marina, la mujer encargada de manipular el equipo, tenía mucha experiencia con este tipo de muestras, así que me ayudaba a encontrar la mayor variedad posible de partículas y en ciertas ocasiones —cuando alguna nos llamaba la atención— analizaba sus principales componentes químicos a través del espectrómetro de energía dispersiva (EDS).

Con las imágenes listas y un par de mediciones magnéticas más había culminado mi travesía investigativa. Regresé a Colombia no sin antes visitar algunos de esos pueblitos mágicos donde se divisan paisajes excepcionales, volcancitos pequeños a lo largo de la carretera (viejos e inactivos) y uno que otro que “acaba de nacer”.

En Medellín, ya con todos los resultados a la mano, comencé a analizar los datos de una manera integral para preparar el informe que sería mi tesis. Fue inesperado encontrar lugares con índices de contaminación muy altos, como fue el caso del barrio El Poblado y algunas zonas industriales de Itagüí y Girardota.

Finalmente, la investigación sirvió para plantear un mapa de calidad del aire obtenido a través de técnicas poco convencionales de bajo costo, utilizando plantas que podríamos decir “se alimentan del aire”.

Estas conclusiones solo fueron posibles después de muchos kilómetros recorridos, que comenzaron a contar desde que se colectó la primera planta y fueron aumentando en cada laboratorio visitado. Sin lugar a dudas, la investigación no habría alcanzado tal robustez sin la colaboración de los diferentes investigadores que, desde su especialidad, ayudaron a conocer más sobre las pequeñas partículas que se esconden en una planta denominada Tillandsia.

 

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Las comunidades, con más conocimientos para salvar la bahía de Cartagena

Enero 26, 2022

Este lugar, orgullo de la nación y tesoro del turismo, se halla en estado crítico. Desde hace siete años, una investigación ofrece diagnósticos precisos que facilitan la toma de decisiones para mitigar los efectos de la contaminación y mejorar la calidad de vida de la gente a su alrededor.

Christian Alexander Martinez Guerrero, Comunicador de la Vicerrectoría de Ciencia, Tecnología e Innovación de la Universidad EAFIT.

Hay lugares que uno visita y queda con la sensación de no querer volver. Para mí, uno de esos fue Cartagena de Indias en diciembre de 2019. Aunque sé que hay desigualdades en todas partes, las que noté allá me impactaron mucho.

Hace poco volví por motivos laborales y hoy solo pienso cuánto me gustaría poder regresar para hacer trabajo con las comunidades, regresar para conocer más historias como la de Mirla Aaron Freite.

Tiene 51 años. Sus días comienzan bien temprano. Junto a “Popi”, su mamá, recibe a los vecinos con una taza caliente de café cerca de las cinco de la mañana. Ella es los oídos y la voz de sus vecinos.

Es una líder social y no hace falta ser muy astuto para adivinar que en sus venas corre algo más que sangre. En su mirada se le nota eso que hace pensar en un mejor futuro: la pasión y la ilusión. Quizá, esas dos palabras tambien podrían definir su vida.

Y es que no hay de otra. Pareciera que siempre sabe qué hacer y a quién acudir para resolver los problemas que rondan en su comunidad, una pequeña isla ubicada al sur del casco urbano de Cartagena con un tamaño similar al del municipio de Itagüí en Antioquia.

Ahí vive Mirla, esta líder social oriunda de Santa Marta, quien después de ir y venir por otros lugares de la costa Caribe colombiana decidió asentarse hace 25 años en este territorio donde se confunde la arena del mar con la tierra de sus calles sin pavimento.

Tiene dos hijos: un joven soñador que desde 2018 migró a Berlín (Alemania) y una chica trans que ha aprendido de su madre a hacer valer sus derechos.

Tierra Bomba es un lugar en medio del mar, pero sus casi 3500 habitantes no tienen servicio de agua potable. Allí, la oferta de empleo es casi nula, pero a todo el frente suyo se produce más de la mitad del producto interno bruto (PIB) del departamento de Bolívar, gracias al turismo.

En uno de los costados de su playa se bañan los niños en medio de las lanchas de sus padres y tíos, pero a unos 10 o 15 metros flotan pañales, mascarillas y muchas bolsas plásticas.

¿Cómo llegar a Tierra Bomba?

Esta es una de las preguntas sugeridas por Google y los resultados de la búsqueda normalmente muestran una realidad distinta a la que yo vi.

Ni aquello es mentira ni lo que les cuento es la verdad absoluta, pero definitivamente las monedas tienen dos caras y descubrir un poco estas dualidades fue, en sí, el objetivo de mi viaje.

En Tierra Bomba viven personas oriundas de diversas zonas del país, sobre todo de los departamentos cercanos.

También ha sido lugar de llegada de muchos migrantes venezolanos. Es un pueblo que vive fundamentalmente de actividades alrededor del turismo como la venta de comida, artesanías, servicio de masajes y de la pesca tradicional.

Como a todos, la pandemia los golpeó emocional y económicamente muy fuerte. “Prácticamente fue gracias a los pescadores que pudimos sobrevivir. Todos los días los esperábamos. Entre dos y tres pescaditos por familia. Nos ayudaron mucho”, recuerda Mirla sobre los días más cruentos del revolcón social que propinó ese agente casi invisible del cual aún hoy sentimos sus consecuencias..

La investigación es financiada por el Centro Internacional de Investigación para el Desarrollo de Canadá. Es liderada por la Universidad EAFIT, con participación de las universidades de los Andes y de Cartagena, y el apoyo de la Corporación Autónoma Regional del Canal del Dique y la Fundación Hernán Echavarría Olózaga. Foto: Pixabay

 

Pero tanto antes como después del COVID-19, Tierra Bomba debe enfrentar desafíos de grandes magnitudes que, por su complejidad, no tienen una única solución.

Se trata de la alta contaminación de la bahía de Cartagena, la zona común de Tierra Bomba y las comunidades de Barú, Ararca, Caño del Oro, Bocachica, Punta Arena y Pasacaballos que hacen vida alrededor de este cuerpo hídrico.

Durante casi 500 años, esta ha sido el puerto principal del Caribe colombiano, conocido también como “Puerta del comercio de América”. Gracias a su ubicación geográfica, es un punto estratégico para el transporte de mercancías y el asentamiento de cientos de empresas.

Hasta hace apenas unas décadas se conservaba como uno de los ecosistemas más preciados del país, pero todo ha cambiado: hoy la bahía es un paciente que requiere cuidados intensivos y ojalá existieran métodos tan efectivos como una vacuna para resolverlo.

“He estado en proyectos europeos de alto nivel y este está exactamente al mismo nivel e incluso más arriba. La forma como acá se involucra a las comunidades es fantástico. Es algo que personalmente nunca vi”. Flávio Martins, investigador asociado al proyecto, Universidad de Algarve (Portugal).

Impactos en la política y empoderamiento social

A partir de los resultados de Basic, el Tribunal Administrativo de Bolívar falló el año pasado una demanda contra instituciones nacionales y locales, ministerios, Alcaldía de Cartagena e incluso la Armada Nacional.

Se ordenó la creación de un plan de recuperación urgente y se creó para este fin el Comité Ambiental Interinstitucional para el Manejo de la Bahía de Cartagena por parte del Ministerio de Ambiente.

En esta instancia se cuenta con la participación de diversos actores de sectores y por primera vez en la historia se incluyen habitantes de la zona. Una importante herramienta para ello fue un diplomado dirigido a 20 representantes institucionales y 40 ciudadanos.

Entre ellas, Mirla, quien además es alta consultiva de nivel nacional, Mujer ONU y estudiante de último año de Derecho.

“Basic no te da un pescado, sino que te enseña a pescar. Ser una líder exige tener este tipo de capacidades y realmente no las teníamos. Hoy podemos incidir, defender, apoyar y aportar a nuestras problemáticas”.

 

Con las capacitaciones a la comunidad y a instituciones, los habitantes de la ciudad tienen mayores herramientas para asumir la defensa de su territorio. Foto: Cortesía del proyecto.

Un futuro prominente

Hasta final del año 2023, el proyecto contará con una tercera fase para el desarrollo de alertas tempranas que permitan hacer pronósticos de eventos de contaminación.

Con esto se podrá generar información y conocimiento para las autoridades ambientales. También se espera seguir buscando recursos para su sostenibilidad y un
mayor impacto en las personas.

Definitivamente, esta iniciativa es un referente para países en desarrollo que enfrentan realidades similares y es reconocer, como dice Mirla, que en el trabajo en equipo se logran soluciones comunes y acertadas, “que detrás de la ciencia hay grandes seres humanos, personas que han entendido que no existe un conocimiento técnico que pueda ser absoluto si no encuentra una línea directa de conexión con los saberes y los desafíos que tienen las comunidades”.

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El planeta frente a la salud pública, nuevo horizonte de investigación

Enero 26, 2022

En los meses de confinamiento, el mundo se paró pero la naturaleza siguió su camino, se recuperó y tuvo un respiro. Ese alivio temporal fue un llamado para que la academia y los gobiernos le apuesten a mayor investigación y a fortalecer instrumentos políticos con enfoque socioambiental.

Jonathan Andrés Montoya, Periodista del Área de Información y Prensa de EAFIT.

Las imágenes le dieron la vuelta al mundo y se volvieron virales porque parecían sacadas de un capítulo de la Tierra sin humanos. Ciervos en las calles de Tokio, cabras montesas paseándose por Madrid, zorros en Londres y pumas en Santiago de Chile; fotografías satelitales que mostraban la disminución de gases sobre China o en el norte de Italia; el regreso de las aguas cristalinas a los canales de Venecia, ¡y con peces!, aeropuertos vacíos, ciudades sin turistas...

Así, a medida que la pandemia por COVID-19 se abría paso en el mundo, cerrando comercios, vaciando lugares emblemáticos y obligando a los diferentes gobiernos a dictar medidas de aislamiento y confinamiento, la naturaleza también fue reconquistando, durante esos meses, su terreno en las ciudades.

Matt McGrath, corresponsal de medio ambiente de la BBC, expresó en su momento que nunca antes en la historia de la humanidad, ni siquiera con las guerras o las recesiones económicas, el planeta había dado un respiro tan grande como el que se estaba viviendo.

Y no se equivocaba. El descenso de las emisiones de CO2 en la primera mitad de 2020, según Natural Climate Change, fue de 8.8 % (pero se redujo a un 6.5 % con las reaperturas progresivas); la caída de las emisiones de dióxido de nitrógeno fue de un 20 % en algunos de los países más golpeados por el coronavirus como China, Italia y Estados Unidos; y según la Agencia de Energía Internacional, en este mismo año, el mundo usó un 6 % menos de energía.

Sin embargo, este alivio no es suficiente, pues investigadores de la NASA y del Instituto de Oceanografía Scripps, de la Universidad de San Diego (Estados Unidos), advierten que para que el respiro planetario tenga mayores beneficios la reducción de emisiones de CO2 debe ser de un 10 % global sostenido y prolongado por al menos un año.

Se trata de una opinión a la que se suman Alejandro Álvarez Vanegas, docente de Cultura Ambiental de la Universidad EAFIT; Santiago Mejía Dugand, investigador del proyecto Peak-Urban EAFIT; y Paola Arias Gómez, investigadora de la Escuela Ambiental de la Facultad de Ingeniería de la Universidad de Antioquia, quienes coinciden en que es necesario tomar los aprendizajes recogidos hasta el momento y convertirlos en intereses investigativos para evitar un posible coletazo ambiental durante el proceso de reactivación económica.

Educación para el desarrollo sostenible

“Es evidente que durante la pandemia cayó el consumo de energía y hubo una disminución en la generación de emisiones o residuos, pero esto fue solo un momento valle. Ahora se espera que el sistema económico arranque con todo su poder y para tratar de recuperar el tiempo perdido no sería raro que volviéramos a los mismos niveles de contaminación de antes de la pandemia o, incluso, peores”, menciona Santiago Mejía, doctor en Gestión Ambiental de
la Universidad de Linkoping, en Suecia.

Para Alejandro Álvarez, las imágenes que le dieron la vuelta al mundo, con los animales y la naturaleza reapropiándose de sus espacios, aunque no dejan de ser llamativas por su belleza, no son indicadores de que efectivamente haya una regeneración en los ecosistemas o de un frenazo en el avance del cambio climático.

“Se necesita mucho más tiempo para dar una afirmación de este tipo. Por eso se hace tan importante no solo la investigación en este campo, sino la divulgación y apropiación del conocimiento derivado de esta, que se lleve a los procesos formativos de los estudiantes y genere una educación para el desarrollo sostenible”.

Los animales en las calle y diferentes especies reapropiándose de los espacios naturales durante la pandemia, no son un indicador que efectivamente demuestre que se haya producido una regeneración en los ecosistemas durante ese período. 

Foto: Róbinson Henao

 

Muy en línea con lo anterior, Paola Arias, quien fue una de las científicas que participó en la elaboración del más reciente informe del Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC), señala que los nuevos horizontes de la investigación ambiental deben ser inter y transdisiciplinarios, y con un alto componente social, especialmente en lo que tiene que ver con las interacciones entre ecosistemas y seres humanos.

“Los programas investigativos de la actualidad se dirigen, en su mayoría, a los sectores productivos, y las áreas sociales siempre están relegadas. Es necesario que el debate, los énfasis y los recursos sean también transversales a los derechos humanos, a los esfuerzos por cerrar las brechas de desigualdad, y a la construcción de una investigación socioambiental”, puntualiza.

Es ahí donde se hace necesario hacer un llamado a la academia para propiciar una investigación científica orientada no solo a mantener los beneficios temporales obtenidos durante la pandemia, sino también para potenciarlos y convertirlos en estrategias planetarias a largo plazo.

 

“No lograremos asegurar la salud humana mientras sigamos ignorando la salud ambiental”. Julian Blanc, experto en vida silvestre del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente.

 

Investigación bordeando los límites planetarios

Para Santiago Mejía el cambio debe ser inminente y apuntarle a un modelo de sostenibilidad donde las capacidades tecnológicas y los instrumentos políticos y económicos se articulen con los sistemas naturales y planetarios.

Hace 40 años, explica, las primeras discusiones sobre sostenibilidad ponían las esferas ambiental, social y económica intersectadas, y en una misma escala de importancia. A comienzos de la década del 2000 este concepto evolucionó frente a la pregunta de si, efectivamente, estos tres aspectos eran igual de importantes o si había un sistema al que se suscribían los demás.

“Se llegó a la conclusión, por ejemplo, que sin el plano ambiental no podría existir uno social o económico. Eso se tradujo en un modelo en el que la esfera ambiental era la más importante, dentro de esta estaba la social y, a su vez, esta última contenía la económica”, explica el académico.

Pero desde 2010, con el reconocimiento de que los recursos son finitos, el discurso dominante pasó a ser el de “límites planetarios”. Ahora el modelo contempla una primera esfera donde se ubican las necesidades básicas sociales insatisfechas, otro para los límites que estamos sobrepasando con el consumo de los recursos naturales, y un espacio seguro al que queremos aspirar todos, en un
balance perfecto entre lo social y lo ambiental.

Temas como el ozono estratosférico, el cambio climático, el agua fresca, el uso de los suelos, los aerosoles, los nutrientes de la tierra o el manejo de las sustancias químicas creadas por el ser humano, son algunos de esos límites planetarios que, en palabras de Santiago, deben estar presentes las investigaciones ambientales.

“Somos una especie con capacidad de adaptación, computación y raciocinio. El reto es usar esa tecnología artificial y hacerla compatible con los servicios ecosistémicos. Solo por poner un ejemplo, podemos crear plantas para purificar el agua, pero eso ya lo hace la naturaleza misma con su ciclo, y es necesario reconocer y proteger esos beneficios”.

Y esto se conecta, para Santiago, con otras de las variables que hay que tener en cuenta en la investigación socioambiental.

Una de estas se debe centrar en el uso de la tierra, aprendiendo de los sistemas naturales existentes y pensando “un campo agronómico inteligente, conectado con la natura-
leza, el manejo del agua, la ganadería sostenible, los amarres para evitar la erosión, la renovación de nutrientes y la protección de ecosistemas claves, como los humedales”.

Justamente sobre los ecosistemas afirma que ahora hay cambio de enfoque, pues no solo se trata de mantenerlos, sino también de ayudar a regenerarlos.

 

Viene la ola de la crisis climática

Como un Tsunami, así describe Paola Arias Gómez la situación actual del planeta. Y es que la académica, quien hizo parte del reciente informe del Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC), afirma que tras la ola del COVID-19 se viene una mayor: la de los efectos de la crisis climática.

“Una de las conclusiones de este informe manifiesta que es inequívoco que el daño que estamos causando al planeta se debe a las actividades humanas y eso es sentar un precedente muy importante. Es la primera vez que estamos admitiendo nuestra responsabilidad”, comenta la investigadora de la Facultad de Ingeniería de la Universidad de Antioquia.

Para Paola Arias, ese es otro de los puntos donde de deben centrar las líneas de investigación ambiental: en la mitigación de los efectos climáticos. “Estamos muy cerca de subir a los 1.5 grados centígrados de temperatura que tenemos como límite en el Acuerdo de París y, una vez allí, el cambio será irreversible”, apunta.

La científica señala que, aunque el aumento del nivel de los océanos continuará por varios siglos más, y se presentarán eventos extremos, desde ahora se pueden adelantar acciones para cambiar el futuro. “La pandemia nos mostró que es posible
generar cambios y si bien nos falta mucho es satisfactorio ver que hay una voluntad por cambiar la realidad actual”, concluye.

 

Las ciudades y el campo

Como investigador del proyecto Peak-Urban, iniciativa en la que cuatro universidades de Colombia, India, Reino Unido y Sudáfrica unen esfuerzos para analizar y solucionar las principales problemáticas de las ciudades de países en desarrollo, Santiago Mejía Dugand reconoce que otro de los frentes investigativos debe estar centrado, precisamente, en las ciudades.

“Solucionar los problemas de la gente que no tiene sus necesidades satisfechas en los niveles básicos tendría un impacto muy positivo en el medio ambiente. Desde Peak hemos visto que mucha de la degradación e invasión de zonas naturales que prestan amortiguación se debe a que la
gente tiene que solucionar sus problemas básicos: ponerse un techo encima, estar cerca de lugares con vida comercial, comer o usar el agua”.

Y agrega que mejorar las condiciones de esas zonas también debe contemplar la ruralidad, pues ninguna política o investigación que quiera beneficiar a la ciudad puede ignorar al campo como su principal proveedor.

 

Hoy, las ciudades están igual o más congestionadas que antes.

Foto: Róbinson Henao

 

No hay salud humana sin salud ambiental

Además de las líneas mencionadas, para Alejandro Álvarez también es importante que en el futuro de la investigación se centre la mirada en dos conceptos emergentes: el de salud planetaria y el de One health approach.

Sobre la primera de estas aproximaciones explica que está enfocada en mostrar cómo la salud del planeta se refleja en la salud humana. Todo esto con el apoyo de The Lancet Comission on Pollution and Health, desde la que se han venido analizando los efectos de la contaminación en las personas.

El Informe de la Comisión Lancet COVID-19, encabezado por Jeffrey Sachs y en el que participaron 26 expertos de diferentes países, entre ellos Alejandro Gaviria, exrector de la Universidad de Los Andes, fue presentado en la sesión 75 de la Asamblea de las Naciones Unidas, y su propósito fue ofrecer soluciones globales, equitativas y duraderas para la pandemia desde un enfoque humanitario y ambiental.

En lo humanitario, por ejemplo, reconoce la necesidad de superar la pobreza, el hambre y las perturbaciones a la salud mental derivadas de esta coyuntura mundial, mientras que en el segundo ítem llama la atención sobre la necesidad de reactivar la economía mundial de una forma incluyente, resiliente, sostenible y, sobre todo, alineada con los objetivos de Desarrollo Sostenible y el Acuerdo Climático de París.

“Mucho se ha hablado de que la reactivación tiene que ser verde, pero en el afán de acelerar estos procesos se puede generar más daño. Hay evidencia, por ejemplo, de que la degradación de los ecosistemas incrementa el riesgo de nuevas enfermedades e infecciones zoonóticas, y esto es un ejemplo de cómo se entrelazan lo ambiental y la salud pública”, expresa Alejandro Álvarez.

En línea con lo anterior, el One health approach propone entender la salud humana, animal y ambiental desde un enfoque transversal, con programas, políticas, legislación, investigación y el trabajo conjunto de diferentes sectores para lograr mejores resultados en la salud pública.

Julian Blanc, experto en vida silvestre del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (Pnuma), expresa que esto se basa en el hecho de que la salud humana y la salud animal son interdependientes y están vinculadas a la salud de los ecosistemas en los que coexisten. “No pueden separarse y los tres necesitan atención urgente. Muchas enfermedades zoonóticas que se han convertido en pandemias se han relacionado con factores ambientales como la deforestación y se ven agravadas por el cambio climático. No lograremos asegurar la salud humana mientras sigamos ignorando la salud ambiental”.

 

Capacitaciones a multiplicadores: docentes y periodistas

Uno de los grandes retos que señala el profesor Alejandro Álvarez Vanegas, docente de Cultura Ambiental de EAFIT, es el de la divulgación y la apropiación del conocimiento generado en los proyectos de investigación y en las diferentes iniciativas en materia ambiental. Por eso, menciona dos procesos universitarios que buscan responder a esta necesidad.

Una es el diplomado en Emergencia Climática para periodistas de Colombia, que está en su segunda edición, y es posible gracias a una alianza entre la Gobernación de Antioquia, EAFIT, las universidades Nacional de Colombia y de Antioquia, Grupo Éxito, ISA, Hotel San Fernando Plaza, Teleantioquia y el Club de la Prensa de Medellín.

El otro es un proyecto para el fortalecimiento de capacidades docentes en temas de educación para el Desarrollo Sostenible, financiado por el Servicio Alemán de Intercambio Académico con la participación de EAFIT, la Universidad de Antioquia, la Universidad Técnica del Norte (Ecuador), y la Universidad de Vechta (Alemania).

 

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Cuidar la economía para una reactivación estructural

Enero 26, 2022

La pandemia profundizó temas que estaban pendientes en la agenda económica mundial y trajo nuevos retos para reconstruir el tejido empresarial, comprender el futuro de las empresas y, sobre todo, proteger el empleo de las personas más vulnerables.

Diana Milena Ramìrez, Colaboradora Revista Universidad EAFIT.

Aunque todavía perturbados por lo que ha significado la aparición de la pandemia mundial en el año 2020, estudios, tendencias, debates y análisis intentan alumbrar el camino para curar la economía. Los efectos son devastadores y se han sentido con fuerza en miles de empresas y en millones de empleos, sobre todo entre las poblaciones más vulnerables. La situación ha removido también los focos de interés de la investigación.

No es simple pesimismo. Mientras los gobiernos, con mayores déficit presupuestales y niveles de deuda más elevados, se mantienen en una lucha desigual por cuidar la salud de los ciudadanos y se retan a reactivar sus economías y procurar que se recuperen, los efectos del COVID-19 son reales y profundos, como lo han empezado a evidenciar los diagnósticos que han emergido durante este 2021.

El Fondo Monetario Internacional (FMI), que prevé un crecimiento económico de 6 % para finales de 2021, luego de una contracción de -3,5% el año pasado, se ha mostrado preocupado porque se han ahondado las brechas mundiales entre las economías avanzadas y las emergentes, en razón de que la recuperación se ha dado en medio de una distribución desigual de las vacunas.

Bajo un escenario de mayor desigualdad, para los expertos es claro que el crecimiento económico global no será el único factor que determine la recomposición de los mercados y el bienestar de las personas.

Eso lo cree la academia y se ha registrado en análisis de prospectiva como El futuro de la sostenibilidad en las empresas, de Forética y el Consejo Empresarial Mundial para el Desarrollo Sostenible. “El grado en el que el bienestar y la estabilidad social dependen actualmente del crecimiento económico constante se ha convertido en una fuente de vulnerabilidad ante la pandemia del COVID-19”, señala el estudio.

Las investigaciones sobre la pobreza y la desigualdad, que antes de la nueva realidad mundial eran importantes, hoy tienen un mayor relieve. La razón, en el caso de los esfuerzos por poner fin la pobreza, es que esta lucha también tuvo un revés. La pandemia generó 124 millones de nuevos pobres en 2020, según  el Banco Mundial.

“Con la pandemia se acentuaron estos temas. En países como el nuestro o como Chile, en que las condiciones no eran las mejores, ese debate resurge con fuerza, aunado a la protesta social, por lo que se muestran como un tema de investigación interesante en torno a lo que es la desigualdad de la renta”, expresa Mauricio López, coordinador del Grupo de Macroeconomía Aplicada de la Universidad de Antioquia (U. de A.).

El empleo vulnerable

Otro asunto que suscita interés, al mismo tiempo que preocupación, es el futuro del empleo. Se necesitan luces para la recuperación de puestos de trabajo para los grupos de población que ya venían con problemas antes de la llegada del virus.

La Organización Internacional del Trabajo (OIT) ha calificado el fenómeno de 2020 como “una disrupción sin precedentes en el mercado laboral”, pese a las medidas inmediatas de gobiernos, gremios y empleadores por preservar los puestos de trabajo y los ingresos de las personas.

“Si bien es cierto que estas medidas han sido esenciales para mitigar la crisis, todos los países han sufrido un pronunciado deterioro del empleo y de los ingresos nacionales, lo cual ha acentuado las desigualdades existentes y ahora se corre el riesgo de perjudicar de forma duradera a los trabajadores y a las empresas”, señala su informe de perspectivas para el empleo en 2021.

De acuerdo con este organismo, esta situación llevará a que en 2022 haya 205 millones de personas sin trabajo, cuando en 2019 esta cifra, que ya presentaba un déficit amplio, era de 187 millones.

Hoy tienen alta relevancia las investigaciones sobre pobreza y desigualdad, las cuales se agravaron por los confinamientos y los efectos de los cierres de empresas y negocios por la pandemia.

Foto: Róbinson Henao

 

“Toda la temática de empleo se desatendió. Quisimos salvar el existente y no moldear el del futuro. Por eso mantienen relevancia asuntos como las brechas de género, el desempleo juvenil y la situación laboral en general”, apunta Giovanni Montoya, catedrático de economía, finanzas y estrategia en la Universidad Católica de Chile y en otras universidades en Colombia. En el caso de los jóvenes, se señala que no solo es importante seguir estudiando las elevadas tasas de desocupación, sino los impactos en cuanto a la formación y la posibilidad de que esta población pueda acceder a su primer empleo.

“El inconveniente es que parte de los jóvenes sin formación académica o con poca formación vieron afectadas sus habilidades de trabajo en equipo y de expresión. La misma rectora de EAFIT, Claudia Restrepo Montoya, mencionaba que ello se vio en los resultados de las pruebas de Estado. Eso va a ser un inconveniente para que puedan incrustarse en el tejido empresarial”, dice Óscar Medina Arango, profesor del Departamento de Organización y Gerencia de la Universidad EAFIT.

De otro lado, la brecha de género, que en los últimos años ha cobrado bastante relevancia en los análisis, también se mantiene como un tema central de investigación, pero con un ingrediente adicional: el temor de que lo logrado para alcanzar la paridad se haya perdido.

Los constantes estudios sobre el empleo que se conocieron en 2020 mostraron una tendencia a que miles de mujeres en el mundo abandonaran sus empleos remunerados para dedicarse a las tareas del hogar, y ello se vio de manera paulatina en las crecientes tasas de desempleo de esta población.

En Colombia, por ejemplo, la tasa de desempleo de las mujeres en julio de 2021 fue de 26,2%, según el Departamento Nacional de Estadística (Dane); 10 puntos porcentuales por encima de la tasa registrada en los hombres, cuando en 2019 la brecha era casi de la mitad.

“La deslocalización del empleo puede incidir negativamente en que se amplíen las diferencias de los salarios entre hombres y mujeres, ampliando las brechas de género”. Óscar Medina Arango, profesor del Departamento de Organización y Gerencia de la Universidad EAFIT.

Empleo en personas vulnerables

Por su parte, también se requiere conocer el impacto sobre los trabajadores informales (en que es común encontrar migrantes, víctimas de la violencia y otras poblaciones vulnerables), que no solo vieron disminuidos sus ingresos como consecuencia de los confinamientos, sino que se presume tuvieron mayor afectación por el virus, dado que su actividad les impedía permanecer en el hogar.

“En América Latina son más fuertes los temas del mercado laboral y la informalidad. Preocupa bastante porque si bien antes eran importantes, con la pandemia nos dimos cuenta de que su relevancia es mayor como un tema determinante de la pobreza”, analiza el director del Grupo de Macroeconomía Aplicada de la U. de A.

Respecto a los empleos no calificados, hay inquietud de qué tanto la digitalización y la exigencia de nuevas competencias logrará que se mantengan enganchados o recuperen el empleo perdido. Si el Foro Económico Mundial había advertido que la desaparición de puestos de trabajo sería profunda en pocos años, lo que estiman los académicos es que el nuevo panorama mundial no hizo más que acelerar esta transformación.

“Como debates que emergieron con la pandemia se tiene el tema de la automatización y profesiones que están en riesgo de continuar en un futuro cercano. Urge estudiar más cuáles serían los empleos que se van a perder o van a ganar más fuerza a futuro”, añade el profesor Mauricio López.

La deslocalización del trabajo

Otro fenómeno que se ha acentuado en los últimos meses es la deslocalización del empleo, es decir, la afectación por la decisión de las empresas de trasladar su producción, buscando abaratar costos de producción.

De acuerdo con el profesor Óscar Medina Arango, de EAFIT, se estaba generando antes de la pandemia, pero hoy se está viendo incluso en economías emergentes y ya no por países o por estados, como ocurría en Estados Unidos, sino por regiones. “Se va a generar un desplazamiento de trabajos hacia otras partes que antes se limitaba a los centros de servicio al cliente o los centros médicos”, señala.

Asimismo, considera que la deslocalización puede incidir negativamente en que se amplíen las diferencias de los salarios entre hombres y mujeres. “En Estados Unidos, Francia, Países Bajos y Austria se estaba impulsando la publicación de los salarios, por los diferentes tipos de trabajo y los que se pagaban entre hombres y mujeres. Lo que ha ocurrido, por ejemplo en Estados Unidos, es que la medida ha hecho que algunas compañías dejen de contratar personas de los estados que
lo han exigido, y lo dicen abiertamente”, añade el profesor Medina Arango.

La filosofía empresarial deberá tener en cuenta también las discusiones sobre la productividad y el equilibrio con el bienestar y la salud de las personas. “Ahora, cuando la pandemia se empieza a acabar y la mayoría de la gente está vacunada, muchos probablemente no van a regresar a la empresa. El fenómeno se está viendo en Estados Unidos, en donde se prevé que varias industrias y sectores tendrán dificultades para reenganchar al personal, lo que puede generar que se suban los costos”, dice Luis Fernando Mondragón, profesor de la maestría de Administración Financiera y de la maestría en Gerencia de Proyectos de EAFIT.

El futuro de las empresas

Respecto a la situación de las empresas y la recomposición del tejido empresarial, además de los estímulos que se puedan generar desde el Estado, han emergido necesidades de estudiar los enfoques estratégicos en un contexto tan cambiante, las nuevas formas de producción, la orientación hacia el nuevo consumidor y la adaptación general a este escenario de mercado.

Mondragón dice que las empresas hoy se están preguntando qué hacer con su estrategia corporativa, ya que esta se desbarató con la coyuntura. “Las proyecciones que se tenían a cinco años desaparecieron. Hay una profunda
demanda para trabajar sobre el nuevo futuro y los nuevos escenarios para replantear la estrategia de los negocios.

Ello ocurre porque cambiaron las tres bases de la estrategia: mercados, productos y empresas”, señala. Así como las formas de trabajo plantean nuevos paradigmas acerca de la productividad, también hay debates sobre si es necesario que las empresas se enfoquen más en ser resilientes que eficientes, como una forma de ser sostenibles.

 

Hoy tienen alta relevancia las investigaciones sobre pobreza y desigualdad, las cuales se agravaron por los confinamientos y los efectos de los cierres de empresas y negocios por la pandemia.

Foto: Róbinson Henao

 

De hecho, se espera que las investigaciones contribuyan a mostrar casos de éxito en aquellas industrias que se adaptaron con rapidez a la adversidad. Si bien es cierto que la COVID-19 resintió a casi todos los sectores, las empresas también mostraron una capacidad de adaptación que se debe considerar en el nuevo entorno.

“La pandemia ha revelado la rapidez y contundencia con la que administraciones, empresas y sociedad pueden actuar cuando se percibe que existe una emergencia real. Debemos reconocer que no hemos visto unos niveles de adopción de medidas semejantes en lo que atañe a desafíos como el cambio climático, la biodiversidad y la desigualdad”, dice el estudio de prospectiva de Forética y el Consejo Empresarial Mundial para la Sostenibilidad.

Transformación digital

La industria 4.0 también se mantiene como un aspecto relevante de los estudios académicos en este período de pandemia, tanto para entender la adaptación a la tecnología como en la comprensión de la adopción acelerada por los confinamientos.

De la incorporación de machine learning, blockchane, data science, robótica y todos los temas de la Cuarta Revolución Industrial, llaman la atención los efectos que tendrán en las profesiones, como se mencionó, y las brechas que puede generar entre países con economías desarrolladas frente a las emergentes.

“La cuestión es cómo los países van a la par con las tendencias mundiales, a la luz de los desarrollos tecnológicos, teniendo en cuenta que están cambiando la forma de hacer las cosas, con un efecto inmediato en la calidad de vida. Lo que veo es que habrá más separación entre las economías desarrolladas y las emergentes; los nuestros seguirán siendo más lentos en la adopción de estas tecnologías y muy dependientes de las materias primas”, asegura el profesor Mondragón.

La reconfiguración de la empresa también tendrá que atender las nuevas prioridades de los mercados. Se cree que los consumidores han llegado a un nivel de consciencia importante sobre lo fundamental, como lo mostraron las firmas consultoras durante 2020 y que se mantiene como tendencia, pese a la apertura de las economías.

Las nuevas perspectivas y las conclusiones que emerjan de estas, en conjunto o por separado, podrán aportar a que se genere en el diálogo social y la cooperación internacional en que se enfocan los llamados para trabajar desde diferentes esferas para que los efectos de la pandemia sobre la economía no afecten más el empleo vulnerable ni a las propias empresas.

 

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El cuidado de uno, el cuidado de todos

Enero 26, 2022

Entre la pandemia y las múltiples crisis mundiales y locales, las ciencias sociales y las humanidades han puesto su mirada en el cuidado del hombre, de las instituciones y de las organizaciones de la sociedad. También en la importancia de escuchar para saber y de aprender para argumentaro.

Octavio Gómez, Colaborador Revista Universidad EAFIT.

Solamente cuando las calles se quedaron desiertas por la cuarentena para frenar la expansión del COVID-19 y las imágenes de las salas de unidades de cuidados intensivos empezaron a mostrar a los contagiados conectados fue que la sociedad se dio cuenta de que el cuidado colectivo era la clave para sobrevivir.

Y es que, hasta abril de 2020, solo una minoría entre los 7.800 millones de personas que habitamos la Tierra era consciente de que la ciencia, toda, la humana, la de la salud, la básica, la social, la exacta, estaba volviendo sobre sus primeros pasos: poner en el centro de su atención el cuidado del ser humano.

La declaración de pandemia por la Organización Mundial de la Salud (OMS) fue el cimbronazo general, pero en la academia, en los laboratorios, en las reflexiones científicas ya sonaba la alarma porque los síntomas eran evidentes: la crisis climática, las permanentes y cada vez más fuertes recesiones en las economías más poderosas del mundo, la inatajable escalada bélica y el deterioro de los ambientes de convivencia y seguridad en las grandes ciudades –entre otros fenómenos estructurales– fueron anuncios que no se pudieron ignorar más.

Todo lo anterior derrumbaba el mito de que el alto desarrollo tecnológico iba a ser la punta de lanza de la batalla por un mundo mejor.

Pregunta por el hombre

La pandemia fue la alerta general para algo que ya estaba pasando en el mundo, afirma Mariantonia Lemos Hoyos, doctora en Psicología y profesora del Departamento de Psicología de EAFIT.

“Independientemente del alto grado de desarrollo tecnológico que tengamos, hay unas preocupaciones que van emergiendo y que no pueden ser solucionadas desde ese punto de vista como tal o mediante soluciones biológicas o técnicas específicas, sino que se tiene que empezar a hacer una pregunta por el componente humano”, explica.

Agrega que tras décadas de un desarrollo científico en el cual el centro se puso en “el conocimiento per se”, volvieron las preguntas sobre el ser humano porque “es importante volver a estudiarlo para entender los fenómenos que median su comportamiento, los fenómenos sociales, para ayudarnos a resolver ciertas situaciones que tenemos hoy”.

El problema colombiano es, sin embargo, más complejo. A las dificultades generales que impuso la pandemia se unió el ambiente de malestar social ocasionado, primero, por los efectos de aquella y, segundo, por la aplicación de políticas económicas lesivas para muchos grupos de la población. Y miles se fueron a las calles, a pesar del miedo al contagio –o por él– y se produjo una escalada de protestas sociales.

Adolfo Eslava, decano de la Escuela de Humanidades de EAFIT, en su reflexión Deseos desde la crisis, señaló que “no estamos en una época de cambios sino en un cambio de época, es un momento de crisis de la humanidad que tenemos que enfrentar sin indolencia y sin desfallecer [...] es ocasión de revertir la tendencia de un ecosistema que gravita alrededor de la técnica, el algoritmo y la optimización para situarlo en la órbita de los hábitos y hábitats esperanzados y esperanzadores”, en alusión tanto a la crisis global de salud pública como a la nacional de la vida social y política.

El abogado Santiago Londoño Uribe, magíster en Ordenación del Territorio, Urbanismo y Medio Ambiente de EAFIT y responsable del proyecto "Tejeduría Territorial” reconoce “una fractura y una fragmentación y la preeminencia de algunos actores sobre otros; el Estado, el Municipio, creció y se fortaleció, pero al mismo tiempo desplazó a muchos otros actores en los territorios”.

En el documento Comunicar para transformar, de la maestría de Estudios del Comportamiento, de EAFIT, se expresa que “la situación pandémica ha puesto el foco en asuntos auténticamente comunes: la salud pública, la seguridad humana, la reactivación social y económica”.

En la coyuntura se iban reuniendo tres conceptos básicos: cuidado, cambios de comportamiento y conversación, todos puestos en la mira de iniciar procesos de transformación en la sociedad.

Tejer el territorio

El abogado Santiago Londoño Uribe y el rapero Aka (Luis Fernando Álvarez Ramírez), de la comuna 13 de Medellín, desarrollaron en su tesis de maestría, Tejer el territorio: procesos de gobernanza urbana comparados en la producción de bienes comunes en la comuna 13, una propuesta de trabajo para, mediante la conversación, volver a construir confianza entre los sectores sociales.

Bajo el patrocinio de Proantioquia y con el apoyo de EAFIT, la metodología propuesta se convirtió en un encuentro social que Londoño llamó "Tejeduría Territorial" y que, en comienzo, se ejecuta en las comunas 13 (San Javier) y 8 (Villa Hermosa) de Medellín.

Londoño recuerda las experiencias que, en los años 90, vivió la ciudad a instancias de la hoy desaparecida Consejería Presidencial para Medellín que propició grandes encuentros con todos los sectores de la sociedad local para buscar salidas a la crisis de aquellos años provocada, entre otros factores, por los efectos del narcotráfico.

La Tejeduría es más pequeña, incluso íntima. La primera fase consistió en el diseño metodológico de los encuentros y en la identificación de los actores invitados: cuatro líderes del territorio, cuatro organizaciones sociales con presencia en sus barrios e historia de trabajo, y cuatro empresarios.

La invitación es a convensar

Esa conversación se debe desarrollar en tres fases:

La primera se llama “Reconocimiento y construcción de confianza”, que arrancar a partir del ser humano: “Identificamos una fractura, una fragmentación, que ha generado una profunda desconfianza entre los actores, que va acompañada de prejuicios”, explica Londoño. Su duración se previó en tres meses.

La segunda fase se produce cuando “ya empezamos a conocernos, ya sabemos qué hace cada uno, estamos en este territorio; ahora, ¿qué podemos hacer juntos? Ahí comenzamos a recopilar procesos de planeación local, que en Medellín hay muchos”, dice Londoño.

“Y una tercera es la acción y la ejecución. Ya nos conocimos, construimos confianza y entendemos quiénes somos, estamos sobre un territorio que conocemos mejor porque estamos trabajando ahí; planeamos y diseñamos proyectos; en esta parte vamos a buscar recursos y a ejecutarlos. Esa es la tejeduría”, puntualiza.

“No estamos en una época de cambios sino en un cambio de época, es un momento de crisis de la humanidad que tenemos que enfrentar sin indolencia y sin desfallecer”. Adolfo Eslava, decano de la Escuela de Humanidades de EAFIT.

Cuidado de todo, cuidado con todos

La profesora Lemos Hoyos explica que la “cultura del cuidado” apareció en la medicina cuando, superados los avances en los tratamientos de las enfermedades infecciosas con el uso de antibióticos, la atención se desplazó hacia las enfermedades crónicas que, aunque no en su totalidad, son prevenibles en fases tempranas y están mediadas por el comportamiento.

“Al cuidar al ser humano como tal, su calidad de vida, su bienestar, la palabra salud empieza a ser muy importante. Pero esa palabra no diferencia entre lo mental y lo físico porque entiende al ser humano como una unidad”, indica. “Cuando hablamos de cuidado lo entendemos como mejorar la calidad de vida del individuo, desde lo individual, social y cultural”, agrega.

Sin embargo, el problema no solo atañe a las ciencias. “Los seres humanos no somos tan racionales ni tan lógicos como se había creído. Entender de qué manera nos comportamos y por qué a veces nos comportamos tan distinto de como decimos que lo vamos a hacer nos daría la clave para abordar por qué se producen y cómo intervenimos esos fenómenos sociales”, dice Mariantonia Lemos. Asimismo, advierte que esas diferencias entre pensamiento y acción son las que pueden ocasionar un desastre incalculable.

Entonces, para lograr cambios en favor del cuidado urge que se aborde el problema central: iniciar una conversación entre la sociedad, el Estado, lo público y lo privado, con la presencia de la academia.

La profesora Lemos Hoyos afirma que “en este momento se vuelve urgente y necesaria la conversación entre los agentes de lo privado y lo público, para definir cuáles deberían ser las prioridades de trabajo. Porque podemos tener las prioridades que se han trazado desde las agencias internacionales o el Gobierno Nacional, pero es necesario tener en cuenta a todos los entes de la sociedad”.

La academia, sostiene la doctora Lemos Hoyos, interviene en esas agendas, pero no tiene la capacidad ni el rol de definirlas: “El individuo, el grupo social que estamos tratando de intervenir, debería estar presente desde la conceptualización del problema para definir, precisamente, si es un problema”.

 

El cuiado de todos es un compromiso que debemos afrontar como sociedad de cara al futuro. Foto: Róbinson Henao.

 

Academia y participación

José Antonio Fortou, jefe del pregrado de Ciencias Políticas de EAFIT, escribe en el documento Reflexiones desde nuestra Escuela de Humanidades que la conexión entre los científicos de la política y las políticas públicas se logra “solo si entendemos de manera rigurosa las causas y los efectos de los fenómenos políticos (y así) podemos proponer alternativas eficaces y colectivamente benéficas”.

La profesora Juliana Montoya Arango, jefa del pregrado en Diseño Urbano y Gestión del Hábitat, en su reflexión De la protesta a la propuesta afirma que el programa que ella dirige abrió un espacio de “catarsis, escucha y propuesta” como respuesta académica a la movilización social de abril pasado.

Y formula el planteamiento que quieren desarrollar las ciencias del cuidado de la sociedad: “Se percibe mucha polarización y muchas personas no quieren opinar porque creen que van a ser atacadas o que sus opiniones no van a ser respetadas. ¿Cómo promover la escucha y la diversidad de miradas?”

Una de las respuestas la desata su colega Mariantonia Lemos: “La participación del otro es fundamental porque nos permite que las intervenciones sean más eficaces y prácticas para ese individuo”.

Para ella, el concepto “participación” está presente en todo momento y “nos habla de la importancia de que estos estudios impliquen trabajar con esas sociedades y que no sean soluciones externas a las que estamos acostumbrados en América Latina, de imponer un modelo y de esa manera tratar de acabar con un problema”.

La universidad y la medición

El papel de la universidad –superando los roles institucionales de docencia, investigación y extensión– se plantea como el de propiciador y facilitador de “los espacios de conversación entre lo público, lo privado y lo social porque somos más neutrales. No somos los protagonistas de esa conversación, ellos deberían ser la sociedad, los líderes, que son quienes deben definir cómo trabajamos esos asuntos”, indica la profesora Lemos Hoyos.

“Los espacios de conversación que se han dado en las universidades son fundamentales y la manera en que se han llevado a las calles, o cómo llevar las conversaciones, se vuelven fundamentales para desescalar la violencia con la conversación y que podamos definir a qué dedicarnos a trabajar”, añade. Pero, en los ambientes de polarización o de incredulidad sobre los efectos de la pandemia, la conversación pasa por saber conversar, es decir, por desarrollar la capacidad de argumentación.

El doctor en Filosofía y jefe del Departamento de Humanidades de EAFIT, Júlder Alexander Gómez Posada, explica que existen diferencias entre la argumentación teórica y la práctica. “Agrupamos como argumentación teórica la que se ofrece con el propósito de saber qué es verdad o, por lo menos, qué es aceptable como descripción. Algo es teórico cuando es contemplativo, cuando pretende decir cómo es el mundo. En cambio, agrupamos como argumentación práctica los esfuerzos por dar razones a favor o bien de la adopción de un compromiso práctico”, explica Gómez Posada.

En el tema del cuidado de la sociedad y la persona, la ciencia supera su papel teórico y, cuando existe un fin social, debe divulgar información científica para conseguir que los ciudadanos la acepten y se comporten de acuerdo con ella.

La situación vivida en la pandemia puso de presente esos retos de la ciencia. Tan importante como desarrollar los procedimientos para tratar a los contagiados, la ciencia enfrentó el reto de desarrollar la vacuna en tiempo récord para prevenir la enfermedad.

Y, tan importante como esos desafíos, se vivió el de divulgar los cambios de comportamiento necesarios para disminuir la velocidad de contagio. “El científico está formado para investigar y discutir con sus colegas, no para comunicárselo a la gente y la gente no sabe cómo evaluar lo que le dice un científico”, advierte el profesor Júlder Gómez.

Ese “abismo” no solo se presenta entre las ciencias “duras” y la sociedad. Para las ciencias humanas también surgen retos parecidos. El profesor Santiago Londoño Uribe señala que el primer objetivo de su trabajo es acercar a los distintos actores sociales distanciados por la desconfianza mutua para darles instrumentos para reconstruirla: “Y eso es mediante la conversación, la cual implica escucha. Ella es más íntima, más cercana”.

El papel de la universidad, enfatiza la profesora Lemos Hoyos, está arrojando un resultado positivo entre sus investigadores: “Estamos dejando de tener diferencias tan fuertes en que solo podíamos trabajar en lo cualitativo, lo cuantitativo o el método de la investigación-acción participativa, como si fueran tres líneas distintas.

Estamos entendiendo cada vez mejor que la investigación y sus métodos no pueden ser tan divergentes, sino trabajar con metodologías mixtas que nos permitan tener una relación más horizontal en la investigación y la intervención”.

La profesora concluye que, para lograr avances en el cuidado de la sociedad, la ciencia y sus investigadores deberán salirse de “sus cajoncitos” (en referencia a los saberes específicos) “para entablar conversaciones, incluso dentro de la academia”. Porque lo que está en juego es el cuidado de todos. Que es el cuidado de cada uno.

 

Aprender a comunicar

Explicar los resultados de una investigación o presentar las líneas fundamentales de una teoría es diferente a convencer a alguien de asumir una postura o de cambiar un comportamiento. Esa, en general, es la línea que separa la argumentación teórica de la argumentación práctica, el área de trabajo del profesor Júlder Alexander Gómez Posada.

“Hay que empezar a hablar más de lo que implica comunicarle a la sociedad el resultado de la investigación teórica. Por ejemplo, los médicos, los abogados, los ingenieros o los artistas deberían ser conscientes de que nadie les está entendiendo nada cuando hablan de su ciencia, de su ingeniería o de su arte”, señala Gómez.

Pero también hay que formar a la sociedad. “A la gente hay que darle criterios para evaluar una cosa como educación cívica... Los científicos, los ingenieros, los artistas, que son buenos, inteligentes y razonables, no son la autoridad. La autoridad depende de unos métodos, de unos procedimientos... Y son las sociedades de científicos, las comunidades académicas las que avalan. En este momento no es hacer lo que un científico diga, sino preguntarse cuál es el consenso de la comunidad académica”.

El filósofo es contundente: comunicar la ciencia se deberá convertir en otra disciplina científica.

 

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Ocho líneas de investigación en salud mental emergentes con la pandemia

Enero 26, 2022

Las áreas abarcan temas que van desde el autocuidado, el comportamiento y el regreso a espacios como el laboral y escolar hasta análisis de los impactos causados por las ideas que promueven los movimientos antivacunas.

María Dilia Reyes, Colaboradora Revista Universidad EAFIT.

El COVID-19 no solo es, en sí mismo, un objeto de investigación. También puso sobre la mesa temas poco explorados e, incluso, muy poco pensados, en especial en salud mental. Su llegada reordenó y modificó la agenda de la ciencia a nivel mundial y abrió la puerta a análisis también desde las ciencias sociales.

“Cuando empezó la pandemia la pregunta era: ¿cómo esto nos va a afectar la salud mental? Este interrogante ha orientado investigaciones que se han ido haciendo de forma simultánea de acuerdo con las distintas etapas de esta emergencia sanitaria”, asegura Mariantonia Lemos Hoyos, doctora en Psicología, profesora e investigadora del Departamento de Psicología de la Universidad EAFIT.

Pero ¿cuáles han sido los problemas en estos tiempos? De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS) en su informe 2020: un año desafiante para la salud mental, “casi mil millones de personas en el mundo viven con un trastorno mental. Cada 40 segundos, alguien muere por suicidio y ahora se reconoce que la depresión es una de las principales causas de enfermedad y discapacidad entre niños y adolescentes”.

En adición a esto, el reporte Salud mental en Colombia: una aproximación desde las estadísticas oficiales en el contexto de pandemia, del Departamento Nacional de Estadística (Dane), da cuenta de que en el país las mujeres reportaron más situaciones de cansancio, tristeza o dificultades para dormir y fue el sector de la población en el que hubo mayor tendencia a conversar con familiares y amistades sobre esos síntomas y a acudir a sus redes apoyo.

En contrapartida, los hombres presentaron más tasas de suicidio de manera sistemática en todos los grupos de edad y el segmento de 20 a 29 años fue en el que más se agruparon casos. De los suicidios reportados en Colombia durante el año 2020, un total de 654 casos, el 82,7% ocurrieron en hombres.

Por ello, han surgido estudios que abarcan temas relacionados con las ciencias del comportamiento, las nuevas formas de establecer relaciones interpersonales e impactos en el desarrollo cognitivo y profesional, entre otros. Además, tienen en cuenta segmentaciones como, por ejemplo, grupos poblacionales, países y género.

1. Los cambios en el comportamiento

A medida que ha ido avanzando la pandemia se han venido haciendo investigaciones que tienen como objeto estudiar la relación entre salud mental y comportamiento de las personas en los diferentes momentos de la emergencia sanitaria. Aquí, los Estudios del Comportamiento han sido clave.

En EAFIT, las investigaciones en este campo se adelantan alrededor de los temas referidos a la conducta, el lenguaje y las decisiones públicas, explica Adolfo Eslava Gómez, decano de la Escuela de Humanidades en su artículo Estudiar el comportamiento para transformar la sociedad de la edición 175 de esta misma revista.

Algunas investigaciones en el mundo han encontrado, de forma general, que las percepciones sobre el virus han cambiado con el tiempo, igual que los comportamientos. Por ejemplo, al principio de la contingencia las ideas sobre el coronavirus estaban relacionadas con el miedo y las personas tenían más prácticas de autocuidado. Asimismo, se halló que, pese a que ahora hay más adaptación, cuando surgen nuevas variantes, endurecimientos en las medidas de protección de cada país y asuntos relacionados con las vacunas, hay de nuevo modificaciones en las conductas.

“Los impactos en la salud mental y los comportamientos de quienes viven en un país que brinda subsidios en caso de que hayan perdido su empleo no son los mismos que tienen quienes están en países en los que las afectaciones económicas fueron devastadoras”, afirma Mariantonia Lemos. Adicionalmente, las investigaciones que se hacen en esta línea permiten que los gobiernos tomen decisiones a la hora de comunicar y promover actitudes de autocuidado.

De acuerdo con el Icare Study (una investigación a nivel mundial que nació para estudiar el COVID-19 y la salud mental, realizada por investigadores de diferentes países y liderado por el Montreal Behavioural Medicine Centre y del cual EAFIT hace parte), “la evolución de las políticas de salud pública basadas en el comportamiento se están implementando en todo el mundo. Sin embargo, la adherencia a las políticas de salud pública implica realizar cambios de comportamiento significativos que pueden conllevar importantes costos personales, sociales y económicos que pueden socavar su impacto”.

2. Back to: el regreso a donde estábamos antes

El colegio, la universidad y el trabajo, antes de la pandemia, eran comprendidos como espacios o entornos protectores, ya que en ellos las personas salían de su vida personal y familiar y convivían con otras que estaban haciendo sus mismas actividades: estudiando o trabajando.

No obstante, la pandemia sacó a la gente de esos espacios seguros e hizo que todas esas actividades se trasladaran al hogar, lo que hoy no es novedad, pero sí lo son las valoraciones positivas y negativas que se le está dando al retorno a esos entornos.

Una encuesta del Montreal Behavioural Medicine Centre indicó que, por ejemplo, para los canadienses, a pesar de que el regreso al colegio tiene efectos positivos en la salud mental de los niños por retomar su vida social y mejorar sus prácticas de aprendizaje, tienen miedo a que aumenten los casos por el contagio y ese ha venido siendo un motivo para no enviarlos a la escuela.

El miedo, en ese caso, es una respuesta normal al retorno, ya que las personas, así como estaban acostumbradas a esos espacios, ahora lo están a la casa. Ese es el denominado “síndrome de la cabaña”, término que se volvió popular para describir lo que ocurre con quienes ya no quieren salir de su hogar y volver a las rutinas de antes del confinamiento.

3. ¿Qué tan influenciable somos?

Los movimientos antivacunas en la última década han tomado fuerza. Incluso, las dudas sobre las vacunas (la renuencia o el rechazo) hacen parte de las 10 amenazas a la salud establecidas por la OMS. ¿Qué tiene que ver esto con salud mental?

“Estas corrientes plantean un gran interrogante: ¿qué tan influenciables somos?”, señala la profesora Mariantonia Lemos. Esta pregunta surge porque en estos grupos, que normalmente desvinculan la evidencia científica de sus planteamientos, no solo se traza la no-vacunación, sino que se promueve convencer a lo demás de su inconveniencia utilizando principalmente plataformas como las redes sociales.

En el artículo Predisposición para recibir la vacuna contra el COVID-19 en Paraguay: estudio exploratorio online, publicado en febrero de este año, se concluyó
que la principal razón de las personas encuestadas para no vacunarse fue la percepción de rapidez con la que se hicieron las vacunas y los efectos secundarios que puedan tener. Además, se sugirió que era necesario hacer campañas de comunicación en contra de las fake news. Pero esas conclusiones se pueden extrapolar fácilmente a otros lugares del mundo.

“Las vacunas contra el COVID-19 son seguras. Hay mitos como que son una improvisación, pero detrás de estas hay grandes esfuerzos de investigación. Desde su surgimiento en el siglo XVIII, las vacunas han traído beneficios para la humanidad y hoy se han creado de la mano de las nuevas tecnologías. Otro mito es que son peligrosas: la verdad es que producen inmunidad, previenen enfermedades o logran que den de forma leve, previenen más de 3 millones de muertes al año, tienen escasos eventos adversos y buscan la inmunidad colectiva”, explica el médico Marco González Agudelo, decano de la Escuela de Ciencias de la Salud de la Universidad Pontificia Bolivariana.

Él manifiesta que, si queremos terminar con la pandemia y evitar más muertes, es un acto de ética comunitaria la vacunación: es la forma de contribuir con la inmunidad colectiva y evitar complicaciones en nosotros mismos. También solicita a quienes tienen dudas buscar información con evidencia y ser cuidadosos con esta. “En febrero de 2021, en Google había 170 millones de publicaciones no técnicas sobre COVID-19 y vacunación, y en una base de datos rigurosa había 4.092 publicaciones técnicas. Eso significa que por cada 41.544 publicaciones no técnicas había una técnica”, anota el doctor González.

En esta línea aún hay pocos estudios, pero los que se están construyendo dan pistas de que habrá publicaciones sobre los efectos que puede producir en la salud mental la información proveniente de movimientos antivacunas. Por ahora, según la investigadora Lemos, queda otra pregunta: ¿cómo ayudamos a las personas para tener comportamientos positivos en salud?

4. Las nuevas formas de relación

El cierre de colegios, universidades, oficinas y sitios de encuentro generó impactos en la forma en la que las personas se relacionaban entre ellas y con su entorno,
y llevó a la creación de nuevas maneras de entablar relaciones, como los encuentros virtuales. Esto ocasionó un aumento en el tiempo invertido en un computador o en el celular y puso sobre la mesa un asunto: ¿cómo las personas empezaron a relacionarse con sus dispositivos?

El uso excesivo de equipos electrónicos puede generar “tecnoestrés”, que es el estrés producto de la utilización desacomedida de las tecnologías de la información y la comunicación. Este va de la mano de la “tecnofatiga” y su pronta identificación puede prevenir trastornos depresivos y ansiosos.

Además, la pandemia modificó las relaciones personales, no solo por no poder tener encuentros presenciales, sino por la convivencia familiar permanente, lo que puso en jaque numerosos vínculos sociales tradicionales.

“A raíz de la pandemia sucedió una especie de revolución vincular: hubo un primer momento en el cual saber que no podíamos ver a nadie generó un exceso de
vinculación virtual: videollamadas con la gente que antes veías. También, se empezó a hablar más con personas que antes se veían, pero no mantenían el diálogo cotidiano. La virtualidad pasó a ser primordial para estar conectado con el exterior y empezó a ser el único modo posible de comunicación”, explica la psicóloga Lorena Ruda en su texto Cómo la pandemia obligó a repensar las relaciones sociales, publicado por el medio Infobae.

Las condiciones en que se empezó a desarrollar el teletrabajo abieron otro campo de análisis que, aunque venía desde antes de la pandemia, se intensificó producto de su masificación repentina en esta emergencia.

5. Impactos en el desarrollo profesional y cognitivo

“Antes de la pandemia del COVID-19, el mundo ya estaba experimentando una crisis educativa. Y la crisis no estaba distribuida por igual: aquellos que viven en situación de mayor desventaja tienen un peor acceso a la escolaridad, mayores tasas de deserción escolar y mayores déficits de aprendizaje. La pandemia ya ha causado impactos profundos en la educación, desde el momento en que se cerraron las escuelas de todo el planeta en la mayor conmoción que hayamos experimentado de manera simultánea en nuestras vidas”, concluye el estudio COVID-19: Impacto en la educación y respuesta de política pública, realizado por el Grupo Banco Mundial.

De acuerdo con este, las consecuencias se presentan de forma diferencial según los grupos poblacionales, ya que no afecta en la misma medida a los niños (que reemplazaron los tableros por pantallas y que están alimentando su curva de aprendizaje) que a los adultos jóvenes que pueden estar terminando sus carreras profesionales. Sobre esta línea de investigación se ha avanzado en publicaciones y cuando se supere la pandemia surgirán más estudios en esta línea.

6. Secuelas del COVID-19 en la salud mental

En abril de 2021, la OMS agregó la salud mental en su guía para el manejo clínico del COVID-19. En ese documento recomendó brindar apoyo psicológico a pacientes con la enfermedad y establecerse vías de atención coordinadas a nivel nacional que puedan incluir a los proveedores de atención primaria –médicos
generales–, especialistas relevantes, profesionales de rehabilitación multidisciplinaria, salud mental, proveedores psicosociales y servicios de atención social.

Más allá de los impactos que puede tener el distanciamiento social, la incertidumbre por contraer la enfermedad y el confinamiento, el COVID-19 también trae consigo diversas consecuencias que afectan el bienestar mental. “Este virus apenas se está empezando a entender. Ya sabemos que no es solo una gripa y conocemos sobre sus secuelas físicas. Sin embargo, la evidencia muestra que hay personas a las que, después de haberlo tenido, les están dando ataques de pánico y cuadros de amnesia, por ejemplo”, manifiesta Mariantonia Lemos.

De acuerdo con la investigadora, de momento se están construyendo las investigaciones que estudian las secuelas en salud mental que deja esta enfermedad que, según el artículo Impacto de la COVID-19 sobre la salud mental de las personas, de José Hernández Rodríguez, miembro del Instituto Nacional de Endocrinología de Cuba, supera la depresión y ansiedad que se pueden producir por las medidas interpuestas por los gobiernos.

7. Los efectos de las normas sociales

Como parte del Icare Study se recopilaron datos para Colombia. Estos demostraron que conductas como el distanciamiento físico y el lavado de manos son más frecuentes en personas que reconocen su vulnerabilidad y que son conscientes de su salud y de las consecuencias del coronavirus. Ese sería un motivador para tener prácticas de autocuidado, así como cuidar del otro, lo cual se califica como un comportamiento prosocial.

En este caso, se da cuenta de modelos comportamentales que se adoptan analizando la cultura del país y permiten tomar decisiones para la contención del virus. Por ejemplo, en Colombia se promovieron campañas de comunicación en las que predominaban los mensajes de norma social, mientras en Inglaterra se construyeron basados en la rueda del cambio del comportamiento.

8. Investigaciones pos-COVID-19

Aunque aún la OMS no ha anunciado el cierre de la pandemia, la ciencia ya está conversando sobre los temas que abordarán las investigaciones cuando llegue ese momento. Algunas de ellas tratarán de responder cuestiones como: ¿qué seres son más resilientes que otros?

Asimismo, estudiarán los impactos cognitivos en niños, adolescentes y jóvenes, y ahondarán en los efectos del COVID-19 en la salud mental. Además, los pronósticos que surjan brindarán más temas de investigación a las ciencias sociales para solucionar, por ejemplo, cómo proteger la salud mental en situaciones de riesgo como las que generó esta enfermedad.

 

Investigaciones de EAFIT en salud mental

La Universidad, de la mano de investigadores de la Escuela de Humanidades y estudiantes miembros de semilleros, ha realizado seis investigaciones en esta materia. Los temas tienen que ver con los impactos que ha dejado el teletrabajo, la virtualidad en profesores universitarios, la teleasistencia en el bienestar, percepciones de la gente en las labores de teleasistencia, del propio COVID-19 en la salud mental y sobre los estereotipos sobre la salud mental afianzados o dejados en medio de la contingencia.

Un hallazgo interesante, entre los muchos encontrados, es que no hay diferencias significativas entre la experiencia de psicoasistencia presencial y virtual, pues para los pacientes lo más importante es que la consulta sea en un lugar íntimo y que haya custodia de los datos, escucha activa y buena conexión de internet.

Otra conclusión es que hay trastornos mentales más estigmatizados que otros, como la bipolaridad y la esquizofrenia, y hay unos que no porque las personas están más acostumbradas a escucharlos, como ocurre con la depresión y la ansiedad.

“Estos estudios son importantes porque la ciencia es un conocimiento confiable y una respuesta adecuada y pertinente para responder preguntas y mejorar la calidad de vida de las personas y de los propios sistemas de salud. Además, permiten tomar mejores decisiones en pro de la sociedad”, manifiesta Jonny Orejuela, jefe del Departamento de Psicología e investigador de la Universidad EAFIT.

 

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El cuidado, en el corazón de la ciencia

Enero 26, 2022

Un mundo pandémico, cabizbajo y lleno de temores, encontró en la ciencia a un aliado que le ayudara a salir de semejante crisis. Volcados al cuidado y a entender este momento, científicos y pensadores han aportado su conocimiento en la búsqueda de soluciones. ¿El reto para la humanidad? Dejar de pensar en el corto plazo.

Juan Carlos Luján, Colaborador Revista Universidad EAFIT.

En una entrevista con el diario El Mundo de España, Victoria Camps, catedrática emérita de Filosofía Moral y Política de la Universidad Autónoma de Barcelona, respondía así cuando se le preguntaba si habría que hacer del cuidado un objetivo político: “Tiene que ser un objetivo político para introducir mayor
bienestar para la sociedad, para hacer ver que una sociedad cuidadora, como se empieza a decir, es algo absolutamente fundamental en estos tiempos”.

¿Sociedad cuidadora? Ya fuera un concepto que viniera de tiempo atrás y que se haya hecho mucho más consciente con la pandemia del COVID-19, el tema es que, en este escenario de salida a esta contingencia, es también momento de que la ciencia plantee su aporte para que hoy pueda discutirse cómo, desde diferentes disciplinas, se dispone de diversas acciones transformadoras en beneficio del cuidado. En esta búsqueda es necesario que ciencia y cuidado se encuentren
y conversen, y la primera se ponga al servicio de la segunda.

La Unesco (Organización de Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura) en un informe especial alrededor de la ciencia al servicio de la sociedad,
formulaba la siguiente reflexión: “La ciencia es la mayor empresa colectiva de la humanidad. Nos permite vivir más tiempo y mejor, cuida de nuestra salud, nos proporciona medicamentos que curan enfermedades y alivian dolores y sufrimientos, nos ayuda a conseguir agua para nuestras necesidades básicas –incluyendo la comida–, suministra energía y nos hace la vida más agradable, pues puede desempeñar un papel en el deporte, la música, el ocio y las últimas tecnologías en comunicaciones”.

La ciencia no está lejos, ni encerrada en papers o laboratorios, ni es exclusiva de una élite intelectual. Se encuentra en lo cotidiano y durante la crisis que comenzó
en la génesis de la pandemia, en 2020, ha estado aportando soluciones que involucran a la salud física y mental, la economía, el medio ambiente, la vida en las ciudades, los hábitos de higiene y en manifestaciones como el arte en todas sus dimensiones.

Una gran capacidad de respuesta

“La ciencia estuvo a la altura de la pandemia”, subraya Gabriel Mesa Nicholls, exgerente de la EPS Sura y asesor de EAFIT. En palabras de este médico, el COVID-19 ha hecho las veces de un gran maestro que le enseñó a la humanidad el valor de la vida, del momento, de la hora, de la potencia de la ciencia y de la hermosura de la existencia.

A su vez, Jorge Giraldo Ramírez, filósofo, profesor emérito de EAFIT y exdecano de su Escuela de Humanidades, percibe este momento como una oportunidad que debe convertir esa impresión –“la impresión tan brava de este golpe”, como llama a lo sorpresivo que fue la llegada de la pandemia– en un proceso más consciente en el que se pongan en práctica proyectos que tienen que ser de cambio.

El académico no ve tan claro que, efectivamente, esté la ciencia al servicio del cuidado. Por el contrario, recuerda que esta no es una sociedad que valore mucho a la ciencia y que más bien –hace poco más de medio siglo– buena
parte de ella dio un giro hacia la técnica, en un camino muy relacionado con el hacer, algo muy distinto a hacer ciencia.

Lo que sí ha hecho la ciencia es responder. En tan solo diez meses se logró que Pfizer y BioNtech llevaran su vacuna del concepto a la realidad, como lo ilustra BBC Mundo en una nota en la que se hace un comparativo con otras enfermedades en la historia. Para la hepatitis B se necesitó de 16 años desde la identificación del agente causal hasta la validación de la vacuna. El polio requirió de 47 años y la meningitis casi de un siglo. Esto para mencionar solo algunas.

El asunto es que antes pasaban décadas y, en muchos casos, aún no hay aprobación, pese a que son enfermedades que llevan decenas de años conviviendo con la humanidad. Esto es una muestra de lo avanzado de la tecnología y de cómo la ciencia actuó en beneficio del cuidado.

“En cuestión de meses ya el mundo tenía cientos de candidatos a vacunas. Todo esto es derivado de la capacidad de entender la ciencia y el funcionamiento de las estructuras que componen la vida. Podemos entender el milagro de la vida, maravillarnos ante el desarrollo y la evolución”, anota Gabriel Mesa.

Un mundo pandémico, cabizbajo y lleno de temores, encontró en la ciencia a un aliado que le ayudara a salir de semejante crisis. Volcados al cuidado y a entender este momento, científicos y pensadores han aportado su conocimiento en la búsqueda de soluciones.

El retorno a lo fundamental

En voz de Jorge Giraldo, lo que demostró el virus es que existe un bagaje muy grande en el tema científico y que, por fortuna –sobre todo en países como Estados Unidos, buena parte de Europa, recientemente China y Japón– se ha brindado a la ciencia gran trascendencia, de ahí las inversiones que hacen en investigación básica.

“Me ha parecido muy significativo que, en un tópico como la salud, para poner un caso, haya personas de sectores como la economía o el empresariado dedicados a su importancia”. En su libro El mundo de hoy, el periodista polaco Ryszards Kapuściński se refiere a un episodio vivido con los nómadas del Sahara y su lucha por sobrevivir en las complejas condiciones del desierto: “En aquellos lugares, si quiero sobrevivir, necesito adquirir unos conocimientos del todo diferentes. Tan solo sobrevivir”.

Esa vivencia está para ejemplificar como en situaciones extremas es necesario apuntar a lo práctico y lo diferente para encontrar respuestas oportunas, como se ha experimentado en esta pandemia.

En línea con lo práctico, el profesor e investigador Efrén Giraldo Quintero, adscrito al Departamento de Humanidades de EAFIT, considera que la actual contingencia ha generado un retorno a la función primaria de las cosas: “El saber médico había valorizado mucho la especialidad. Los médicos tendían a especializarse, entre otros asuntos, para devengar mejores salarios y para obtener un mejor reconocimiento social, pero el escenario de la pandemia lo que hizo fue poner en primer lugar, o como aspecto fundamental, las atenciones básicas. El cuidado primario, la atenciónde urgencias, la medicina general”.

Y agrega que también en la educación –con la crisis– se han valorizado aspectos primarios básicos que definen la tarea pedagógica: “Frente a una concepción de la educación centrada en la especialidad, en el conocimiento de punta, en la investigación y en lo más avanzado, lo que nos ha mostrado la pandemia es que lo que más nos hacía falta era lo más elemental: el contacto y la relación humana, el cuerpo, la mirada...”.

Mucho antes de que comenzara la pandemia, ya se asomaban cambios en diferentes ámbitos, los que, resulta obvio, tocan la vida cotidiana. La Cuarta Revolución Industrial exigía un análisis riguroso de aspectos como el mundo del trabajo, la educación, la economía, el medio ambiente y una
discusión ética alrededor de la biomedicina.

La mayoría de estos ítems se aceleraron por cuenta de este revolcón de la naturaleza y, como se ha visto, la realidad no volverá a ser la misma. ¿Retornarán en masa las personas a las oficinas, a sus lugares de estudio, a los escenarios deportivos o artísticos? En ese sentido sería interesante escuchar al profesor Efrén Giraldo cuando enfatiza que no es solo prioritario entender la importancia de la ciencia, sino el valor de algunas cuestiones humanas fundamentales.

¿Una prensa y unos gobiernos fake?

No es que haya mucha confianza alrededor. Gobiernos y medios de comunicación no gozan por estos tiempos de la credibilidad de antes, asociado esto a muchos factores, pero también a la incertidumbre. ¿Qué pasará hoy?, ¿se vienen nuevas medidas?, ¿a quién creerle?, ¿es cierto lo que me llegó al WhatsApp o vi en Twitter?

Las noticias falsas, también conocidas como fake news, abundan en redes y en dispositivos aúnmás por esta contingencia, y debido a su no identificación por parte de los cibernautas se pueden afectar procesos necesarios en la actualidad como
la vacunación, y la reactivación social y económica.

Otro punto importante es el modelo de negociode los medios, pues como lo anota el periodista chileno Patricio Contreras, en una nota publicada por el canal alemán DW, “las salas de redacción latinoamericanas ya venían arrastrando hace varios años distintas crisis: económica, del modelo
de negocio de los medios de comunicación, crisis de desconfianza como la que viene cuestionando al poder político o económico”.

A esto se le suma que la población también
desconfía de la información oficial y de las cifras que entregan los gobiernos, según una encuesta realizada por la firma Edelman en varias partes del mundo.

Una concepción ampliada del cuidado

Cuando se le da clic a la palabra “cuidado”, inevitablemente hoy se abren decenas de posibilidades. Dentro del nuevo alcance que está teniendo ese concepto se encuentra el medio ambiente y, ligado a él, el papel de la vida en comunidad.

Santiago Mejía Dugand, investigador sénior asociado al Centro de Estudios Urbanos y Ambientales (Urbam) de EAFIT, resalta el rol de las ciudades durante la actual crisis sanitaria: “En las ciudades vive la gran mayoría de personas. Se estima que el 70 por ciento de los habitantes del planeta está en ellas y cada vez más tenemos lugares de estos habitados por más de 20 millones de seres humanos. Esta es, sin duda, una de las maneras más eficientes para vivir, pues así funcionaran en tiempos remotos como lugar de protección ante el ataque de los bárbaros, hoy son espacios en los que conviven la ciencia y la cultura, la tecnología y la economía. La verdad es que resulta muy costoso llevar los servicios a zonas despobladas o con población muy dispersa. Por esto, la entidad que llamamos ‘ciudad’ tiene muchos beneficios. Sin embargo, sabemos que también tiene muchos impactos”.

En palabras del académico, los actuales Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), en específico el número 11 (Ciudades y comunidades sostenibles), le apuntan a contar con metas e indicadores enfocados en la sostenibilidad de una forma más integral y comprensiva. Aún así, lo ocurrido en la pandemia es una alerta hacia el presente y el futuro de la humanidad. “Estamos cruzando las fronteras, invadiendo los nuevos ecosistemas y permitiendo que esa interacción con el mundo silvestre sea cada vez más frecuente. Es por eso que muchas de las enfermedades que tenemos vienen de los animales domésticos y salvajes. Y se cree que este
último virus salió de unos animales”, especifica el profesor Mejía, quien resalta el papel de la ciencia.

“Compartir datos del virus, de la enfermedad, de los problemas, de las causas, de la transmisión y muy rápidamente estar encontrando una solución es importantísimo”, afirma Mejía. El asunto, según su parecer, es que los seres humanos que no piensan en el largo plazo probablemente olviden lo acontecido, la dimensión de cosas vividas a escala planetaria hace apenas unos meses, como los fuertes confinamientos que sufrieron alrededor de 3000 millones de personas en todo el mundo.

Las oportunidades de cara a este momento están a la vista: empleados que ahora pueden trabajar desde sus casas o desde una playa. Eso significará menos viajes y congestión, y un cambio de pensamiento. Esto en cuanto a la vida en las ciudades. El tema es que, como lo ilustra el investigador de Urbam, el cambio climático arremete, tanto que recuerda una caricatura en la que un nadador se encuentra ante varias olas, siendo la más pequeña la del COVID-19 y la más grande, de un tamaño colosal, la del cambio climático, lo que se hace más preocupante cuando los científicos hablan de “adaptación” en vez de “mitigación” a un fenómeno para el que las acciones no han sido suficientes.

Y aunque hubo disminución de emisiones a la atmósfera también se dio, como lo registran algunos reportes, un excesivo uso del plástico. Lo que sí es positivo es el traslado de un gran número de ciudadanos a apuestas de movilidad sostenible, tipo bicicletas o patinetas. El investigador sénior concluye diciendo que la invitación es a darle mucha validez al método científico y, de esa manera, tomar decisiones con base en evidencias.

Cambios en diversas direcciones

Sí, las ciencias le han apuntado al cuidado y a entender las nuevas realidades. Pero el asunto se hace más extenso. Sin tecnología sería imposible pensar hoy la educación y el trabajo, y de estos meses o años de crisis sanitaria llegarán nuevos aprendizajes, costumbres y hábitos que permanecerán quién sabe por cuánto tiempo entre diversos grupos humanos.

Retomando a Jorge Giraldo, sería fundamental pensar en lo prioritario de un nuevo contrato social, el que ve necesario pero difícil, por lo que analiza empezar a

desarrollar acciones desde lo local y lo regional, insistiendo en que, en Colombia, en el caso de Medellín, ya se tuvo una experiencia positiva cuando la ciudad se levantó luego del flagelo del narcotráfico.

Como lo compartió en una de sus columnas publicada en el diario El Colombiano, “un escenario muy malo ahora es que nos dediquemos a hacer lo posible cuando en una situación de crisis tan profunda como esta lo que hay que hacer es lo necesario, y hacer lo necesario implica mirar para lados distintos”.

La pandemia no se va aún. Lo que sí ha permitido entender es que, como lo aseveró a BBC Mundo Nicholas Christakis, sociólogo, médico y profesor de Ciencias Sociales y Naturales de la Universidad de Yale, y autor del libro La Flecha de Apolo: el impacto profundo y duradero del coronavirus en la forma en que vivimos, los virus no son solamente un fenómeno biológico, son un fenómeno social.

La responsabilidad pasa entonces por mantener el cuidado en el corazón de la ciencia y tener presente, volviendo de nuevo sobre la catedrática Victoria Camps
(autora del ensayo Tiempos de cuidados) en su entrevista con El Mundo de España, que “a partir del reconocimiento del valor del cuidado como un valor no solo privado sino público, se derivan una serie de deberes”.

Mejor hacerle caso a la ciencia que no hacérselo, y mejor es también entender el cuidado ligado a las nuevas líneas de investigación que vieron la luz en medio de este agite de inicio de siglo en el que el ser humano debe salir fortalecido, así no pareciera. Ah, y dejar de pensar en el corto plazo.

Nuevas opciones de cuidado, en ayuda de los ciudadanos

La comunicadora social, periodista y psicóloga Liliana Vásquez Peláez, quien desde la televisión y la comunicación organizacional trabaja temas de comunicación educativa –y gracias a su doble rol profesional– tuvo la posibilidad, invitada por Teleantioquia, de liderar un programa de emergencia en salud y de psicología social denominado Salud para el alma.

“Allí activamos la psicología al servicio de la ciudadanía y de los televidentes. Esa fue una experiencia muy interesante porque fue de la mano con una estrategia
de atención psicológica telefónica, también llamada Salud para el alma –que lideró la Secretaría de Salud de Antioquia con la Universidad de Antioquia y LivinLab–, en la que se convocó a profesionales de la psicología voluntarios que quisieran ser parte de la estrategia”.

Inicialmente se buscaba tener una base de datos de profesionales que quisieran acompañar a las personas que llamaran a solicitar ayuda. “Lo mejor es que aparecieron cerca de 200 psicólogos de toda Antioquia, de todas las universidades, recién egresados y a punto de egresar, con mucha experiencia. Voluntarios todos”, reitera la comunicadora.

La profesional subraya lo emocionante que fue hablar con ellos, ubicados en varias subregiones del departamento. “Si resalto esto es porque había una necesidad de la psicología de cómo ayudarnos y creo que hubo un impulso inmediato de servir a la salud emocional y mental”.

Para Liliana Vásquez, dicho llamado fue como un acto natural de servicio de las ciencias humanas y de la propia Psicología. Ante todo lo vivido por la pandemia,
ella enfatiza en la necesidad de los gobiernos, de acá en adelante, de gestionar planes de acompañamiento en salud mental.

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Desde la antigüedad, las ciudades fueron lugares que permitían la protección ante el ataque de enemigos. Con la pandemia, el nuevo enemigo invisible obligó al confinamiento de más de 3000 millones de personas en todo el mundo. Foto: Róbinson Henao.
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